EL ABURRIDO

15.03.2020

EL ABURRIDO

Un día dijo que estaba aburrido y aburrido se mostró, se decla­ró aburrido y aburrido se sintió.

Le aburría su trabajo, no le gustaba, y se quejaba amargamente. Las horas se le hacían largas y los días inmensos.

Al salir del trabajo no sabía qué hacer, y no hacía nada, y de­jaba pasar el tiempo, y se aburría.

Me dijo que le aburría la televisión y que los programas que emitían eran malísimos, y le contesté que no la viera. Y me replicó que entonces, si no veía la televisión, qué hacía; y le contesté que otras cosas, a lo que me replicó perplejo: ¿qué cosas?

Me comentó que el tiempo se le pasaba muy despacio; y le dije que a mí, al contrario, se me pasaba muy deprisa, demasiado deprisa tal vez.

Le dije que se distrajera, y lo intentó sin efecto.

Se mostraba abúlico, quejumbroso y hastiado.

Un día fuimos a una cafetería y le presenté a unos amigos y a unas amigas, les cayó bien y cayó bien, pero pasado un rato dijo que estaba aburrido de estar sentado, le dije que entonces se pusie­ra de pie, y seguí hablando con los que nos acompañaban en aquella tertulia de la que él había dejado de participar, se había aburrido de hablar, y le aburría lo que hablábamos.

En la discoteca le vi parado, y me dijo que se había aburrido de bailar, 1e comenté algo sobre la música que estaban pinchando y le dije que fuéramos a la barra a tomar algo; y me dijo que ya es­taba cansado de oír esa música, que estaba ya aburrido de estar allí, y que fuéramos a otro sitio hasta que de nuevo se aburriera. Y así, una soñolencia se adueñó de él, se sintió cansado, y se fue a dormir.

Se aburría de dormir y se aburría de soñar.

Y llagado otro día , no sabía qué hacer, y se aburría.

No tenía idea», ni tenía proyectos, ni tenía ilusión, ni tenía deseos. Y a cualquier propuesta contestaba quedamente: - Bueno, si, me da igual, total no tengo otra cosa mejor que hacer, me aburro.- A veces utilizaba esos términos en plural, y eso me molestaba.

Le dije que no se aburriera.


Y me dijo que nos fuéramos a no hacer nada.

Y yo le contesté enojado que a no hacer nada se fuera él, que
yo tenía muchas cosas que hacer, y entre ellas pasear. Y a pasear
se vino, Y paseando le dije que en la vida hay muchas cosas por las
que no aburrirse, que para aburrirse ya estaban las ostras, y que
había que disfrutar de lo que a cada cual le gustara. Le dije que
debía de aprender a percibir y apreciar los colores, olores, sonidos
y sensaciones que la vida ofrecía; y que había de aprender a distraer­se

y a disfrutar. Le señalé el cielo y las nubes, le señalé los pá­jaros,

que revoloteaban, le señalé los montes y los campos que se
veían al fondo, y le señalé la ciudad que se perdía a nuestras

espaldas. Le hice oler el aroma de la floresta y los olores que

lle­naban el ambiente. Le hice escuchar los cercanos trinos de los pá­jaros, los lejanos ladridos de los perros, el sonido de los vehículos,

y el rugido de la ciudad. Le hice admirar los márgenes del río,
sus mansas aguas, los añades y garcillas, la puesta de sol con todo
su encanto, la salida de la luna............... Y le dije que yo nunca me aburría; que de cualquier vista, sonido, olor o sensación era capaz de
disfrutar; que aunque aparentemente no estuviera haciendo nada esta­ba mirando, oliendo, oyendo y pensando; hablando conmigo mismo y
reflexionando. Y no lo entendió.

Otro día, al verlo, me dijo que había salido porque estaba abu­rrido de estar en su casa.

Fuimos a ver una película de risa, pero no le hizo gracia.

Fuimos a ver una película de miedo, pero no le causó sensación, y se aburrió.

Le pregunté que por qué todo le aburría.

Y me preguntó que qué hacía para no aburrirme.

Le expliqué que mi trabajo me gustaba, y que aunque a veces se me hacía pesado siempre le encontraba un aliciente. Que el lunes pensaba en el viernes y el viernes pensaba en disfrutar el fin de semana como mejor pudiera, y que cuando pasaba el fin ce semana pensaba en próximas fiestas, y en el viaje que hacer en las vacacio­nes de verano. Que también pensaba en caprichos que satisfacer si pudiera» en cosas que comprarme, y en objetivos que cumplir. Le con­fesé que a menudo pensaba en chicas, y que continuamente mantenía la ilusión y la esperanza de encontrar una compañera con la que compartir mis sensaciones, aficiones y gustos. Y le dije que me aficiona­ba la lectura, era un buen medio para pasar momentos en los que no sabía qué hacer, y era una distracción amena cuando se entraba en el fondo; que también me aficionaba la escritura, que con la imaginación, las palabras y la pluma jugaba y disfrutaba; que en ocasiones hacía deporte, y cuando lo hacía me encontraba mejor y con más vida; que charlando y bromeando con amigos también lo pasaba bien, que lo pasa­ba bien en bares y discotecas y que en el instante que dejaba de pa­sármelo bien me retiraba para hacer otra cosas, como dormir; que me encantaba ir de viaje y conocer lugares, ver monumentos y contemplar

obras de arte, ir de excursión y recorrer parajes........ .Y que tenía

una gran ambición por ver, oír, oler, sentir, conocer, saber, disfru­tar y amar.

Le dije que siempre había por qué vivir y porqué luchar.

Le dije que sin estímulo ni ilusión no tenía sentido la vida.

Le enseñé a mirar un paisaje y entender su significado.

Aprendió a saborear los momentos y contemplar los detalles.

Comenzó a divertirse en bares y discotecas.

Recobró un ausente sentido del humor.

Encontró refugio y distracción en la lectura.

Se aficionó a hacer deporte, sintiéndose mejor.

Conoció a mucha gente, y alternó a menudo con chicas.

No sé si por gusto, instinto o simple imitación se inclinó por mis mismas aficiones. Vino a mis viajes y siguió mis senderos. Y du­rante un tiempo fue a bien. Hasta que un día, recorriendo el sendero que subía a una montaña en plena serranía me dijo que estaba cansado de andar, descansamos y se levantó diciendo que estaba aburrido de descansar, apenas alcanzar la cima dijo que quería bajar, y pidió que nos fuéramos de allí, que aquel lugar le aburría; le dije que si no le gustaba que no hubiera venido, y me contestó que sí que le gustaba, y que le gustaba mucho, pero que le aburría; le señalé el inmenso paisaje que desde allí se divisaba, los pueblos que desde allí se veían, y la sierra (las laderas, los valles, las cascadas y saltos de agua, el entramado de ríos y arrobos y el enmarañado de sus ri­beras, la vegetación, el arbolado, los animales, las praderas,....), y le dije que yo disfrutaba de todo aquello, y que disfrutaba mucho; a lo que me contestó que él también disfrutaba de aquello, pero que se aburría; a lo que le replica que acababa de decir una necedad, pues si de verdad disfrutaba no podía aburrirse. El resto del viaje fue quejándose: de la comida» del frió, del calor, del dinero, de la sed, de la comodidad, de la incomodidad, del cansancio, de los

descansos, de los lugares................ Le aburrían los museos, y se aburría

viendo monumentos, una noche, tras mucho quejarse» dijo que quería ir "de marcha", y para complacer sus réplicas fuimos a una discote­ca muy ambientada y muy concurrida, donde en principio se sintió a gusto pero pasado un rato se comenzó a quejar de la gente, del

agobio, del humo, de la música,............ ,y nos pidió que saliéramos,

pues estaba aburrido de estar allí.

Al poco tiempo de regresar de las vacaciones me dijo que ya estaba aburrido de la ciudad, y que estaba harto de hacer siempre lo mismo; le dije que entonces hiciera otras cosas, y me contestó que no sabía qué hacer.

Desde entonces, cada vez que lo veía, me reiteraba que de nue­vo se aburría. Le dije que se fuera a leer, y me contestó que se cansaba de leer, y que ya los libros le aburrían. También se aburría de hacer deporte. Le cansaba ir de bares y discotecas. Le aburrían las tertulias. Y le aburrían las chicas.

Le aburrían los conciertos, le aburrían las proyecciones y las conferencias, le aburría el teatro, el fútbol, el cine y la televisión. No se inclinaba por unos gustos o aficiones, no sabía que hacer, y no hacía nada.

Se aburría de trabajar y se aburría de descansar, se aburría de estar de pie y se aburría de estar sentado, se aburría de andar y se aburría de estar tumbado, se aburría de dormir y se aburría de soñar, y el día siguiente no sabía qué hacer, y se aburría de abu­rrirse.

Y así, hastiado y quejumbroso, sin una idea clara, sin aficio­nes concretas» sin ilusiones ni propósitos, sin saber lo que quería, dejaba pasar el tiempo, y dejaba pasar los días, y dejaba pasar los meses, y dejaba pasar los años, y dejaba pasar la vida.

Hasta que un día lo encontraron muy quieto, y ya no se movió, ni volvió a lamentarse ni a quejarse, ni se mostró -como siempre- harto de todo, ni volvió a decir que se aburría, y ya no volvió a aburrirse, pues de ese aburrimiento jamás saldría.

JUAN GIL PALAO

28 de febrero de 1998


Este relato fue publicado en 2016 en el libro titulado MUCHO MÁS QUE UN SUEÑO https://www.ecwid.com/store/store13842348/MUCHO-M%C3%81S-QUE-UN-SUE%C3%91O-p106109931

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