EL ESPANTADO

22.09.2020


EL ESPANTADO

Tenía dos problemas: el primero que no podía estar solo, y el segundo que no se podía estar con él.

No podía vivir solo, pero era muy difícil vivir con él. No podía viajar sólo, pero nadie quería viajar con él. No podía ir solo, pero no se podía ir con él. Y con el paso de los años se veía sólo. Pensaba y reflexionaba sobre el por qué.

Ya de pequeño era rebelde, no daba su brazo a torcer. Era intrépido, travieso, atrevido, y le pasaban cosas que a nadie le pasaban. Esto se acentuó de mayor. Y es que era un tipo con demasiadas peculiaridades.

Nervioso por naturaleza, rara vez era capaz de guardar la calma. La paciencia era una virtud desconocida para él. No aguantaba, o aguantaba muy poco en ambientes en los que no se sentía a gusto, y escapaba.

Fue conocido por sus llamadas espantadas, desaparecía y nadie sabía por qué. Salía huyendo sin razón aparente, por ver algo que no le gustaba, algo que le causaba rechazo, cualquier cosa, y, sobre todo, al ver a alguien que no le agradara. Simplemente verlo.

De pequeño en los juegos de calle a menudo reñía con sus contrincantes, y en los partidos callejeros. Y desaparecía.

En una obra de teatro del colegio dejó plantados a todos ante un miedo escénico, no pudo salir pese a haber asentido antes y haber ensayado bien.

Pudo sacarse el graduado escolar, pero su impaciencia y su falta de constancia le impidieron cursar bachiller y le hicieron fracasar en terminar al menos FP.

Así, desde muy jovencito, trabajó con contundencia, rindiendo al cien por cien.

Pero se agotó la paciencia con sus jefes y con sus compañeros, y acabó siendo autónomo. Supo gestionar su negocio, pero no pocas veces el actuar de forma arrebatada le hizo cometer grandes errores.

Hacía amistades y conocía a gente con mucha facilidad, pero con la misma facilidad las perdía. No dejaba de ser una persona polémica. La virtud para conocer gente era su facilidad para hablar y el hablar mucho, pero el perjuicio para perder gente también era hablar y hablar mucho, hablar demasiado, y hablar de más.

Criticaba sin límite ni tasa, muchas veces sin saber, y hablaba con ira. En ocasiones él mismo se convencía y se daba cuenta de su posición hacia ciertas personas era errónea.

Acusó a un amigo de ser callado y de poco hablador, y alguien le dijo que queda mejor el que habla poco y es discreto que el que habla de más.

Su falta de paciencia le hacía a menudo exaltarse, subir el tono de las conversaciones y elevar las discusiones hasta un punto demasiado subido.

Cuando se sentía a gusto estaba bien, pero en el primer instante en que se sintiera incómodo, salía corriendo. En espantada.

Así le fue también en sus relaciones con las mujeres. Le llenaban la mente, le obsesionaban, le exasperaban, las quería conocer para tener una relación directa, sin pasar por una amistad. Decía que la amistad con chicas es de gais. Y así le fue.

Las relaciones le duraban lo que le duraban, y las novias le duraban lo que le duraban. En el instante de dar un paso más allá de la relación sexual, o llegar el momento de conocer a la familia llegaban las fobias, los pánicos, y... La espantada.

Cada vez le iba menos la vida social, y llegó un momento en el que no iba a ninguna boda, a ningún bautizo y a ninguna comunión. Buen enfado cogió su familia por negarse a ir a comuniones de sus sobrinos, o a bodas de primos.

Decía que era así, y que no lo podía remediar.

Después llegó la era de Internet, y el conocer chicas por este medio, el chat. Pero el chat también le cansaba, y forzaba una primera cita.

Algunas veces en esa primera cita la chica decía que se había equivocado y se disculpaba antes de irse, otras veces esa primera cita también suponía una primera relación sexual, otras veces se quedaba en una amistad que él no quería. Y es que, al llegar a cierta edad, la mayoría de estas chicas que conocía habían fracasado en anteriores relaciones, algunas eran divorciadas, tenían hijos, "cargas", como decía él, y, en consecuencia problemas. Así que el pasar de esos primeros encuentros, esas primeras relaciones sexuales, ese primer paso de conocer gente del entorno de la chica, le entraba la fobia, veía los problemas, chocaba una realidad distinta con lo que él se había imaginado, bajaba de la nube, se agobiaba, y llegaba la espantada.

Algunas veces metía la pata directamente en el chat, plagando la conversación de faltas de ortografía o diciendo algo que incomodara a la chica.

Hubo una que, después de varios encuentros, en la tercera fase, dejó de contestarle al chat, a los mensajes y a las llamadas. Otra vez fue él el que dejó de contestarle a la chica, por algo que vio y le causó rechazo, pero huyó sin explicación y sin motivo aparente.

Así pasaba el tiempo, así pasaban los años, y seguía delirando por las mujeres, preguntándose el por qué, y lamentándose diciendo que tenía mala suerte con las chicas.

Una vez se fue a un campamento de verano, con muchas actividades al aire libre, y se fue ilusionado. Pero a los pocos días le peleó con el monitor, y con varios compañeros.

En otra ocasión se fue a un viaje, a un lugar paradisiaco, para quince días, pero al cuarto día cogió un avión y se volvió a casa.

Hablaba con gente, hablaba de hacer un viaje a tal sitio, quedaban en avisarle, pero pasaba el tiempo y nadie le llamaba, y no atinaba a acertar por qué. Después se enteraba de que aquel se había ido a aquel sitio del que habían hablado, sin él.

Se iba de marcha, o de copas, o de recreo, a ciudades vecinas, con amigos, amigos de siempre, pero en cualquier momento desaparecía, a veces de forma espectacular y repentina, como por arte de magia. Otras veces iba presionando, negando, protestando, renegando, condicionando, hablando mucho, no dejando hablar, exaltándose, y discutiendo. La consecuencia era que esos amigos en sucesivas ocasiones se iban sin él y no lo llamaban.

No quería estar sólo. La soledad le abrumaba. Pero cuando establecía una relación de pareja y la chica aceptaba irse a vivir con él, al poco tiempo llegaba el choque inevitable, y la chica salía de allí. Con compañeros de piso tampoco funcionaba. Y volvía al hogar familiar.

Fue con una chica al teatro, pero se salió a la media hora.

En el cine, no pocas veces, se salió a media película. Otras, cuando aguantaba hasta el final, antes de empezar a salir las letras y antes de encender las luces ya estaba corriendo escaleras abajo buscando la salida. No quería hacer cola. No quería demasiada gente. Protestaba por los anuncios de antes de empezar la película, y a veces le llamaban la atención por estar en marcha la película y no parar de hablar elevando la voz sin darse cuenta.

Pero no se paraba a pensar en estas cosas, vivía el día a día, tomaba decisiones precipitadas, arrebatadas, a veces "vendía la piel del oso antes de cazarlo". Otras veces era la bondad, y el exceso de confianza lo que le llevaba a cometer tantos errores.

Porque todos reconocían que no era malo, sino más bien lo contrario, a veces excesivamente bueno, excesivamente confiado, esto le trajo grandes pérdidas en sus negocios. Daba todo. Lo daba todo. Y el problema de darlo todo es no quedarle nada.

El mundo de los negocios le creó enemistades.

Y el mundo de la pareja sólo le trajo fracasos.

Tuvo muchas novias, y bastantes amantes y relaciones efímeras. Para él era una necesidad imperiosa, pero con el paso de los años se iba complicando.

Las primeras novias le duraron meses. Pero hubo una que le duró dos años, duró hasta el momento de tomar una determinación, y al dejar a la chica plantada en el evento en el que le iba a presentar a la familia y anunciar un posible compromiso. Ese plantón supuso la ruptura. Pues eran dos años de discusiones, plantones, enfados y reconciliaciones. Ninguna otra le duró tanto, porque ninguna otra aguantó tanto como esta, que llegó a quererlo de verdad, pese a todos sus perjuicios, y estuvo enganchada a él hasta que él mismo se ocupó de que se le fuera apagando esa atracción y ese amor incondicional pese a todo.

Deliró con las chicas, buscando la perfección física e intelectual, hasta que creyó encontrarla. Con aquella, su chica ideal, fue cuando bromeando y pasándose de gracioso consiguió que saliera llorando y no quisiera verlo más. No midió, no se dio cuenta de cuándo debía de parar, y, después, no le valieron las disculpas.

Hubo otra que le duró hasta la tercera espantada, en esta, la chica ya no quiso salir corriendo tras él como las otras veces, y le dijo que aquello se había terminado. Luego, él se justificó ante los amigos con los defectos y manías de ella. Pero bueno.

Con el paso de los años se fueron acentuando sus manías, sus fobias, y sus espantadas. Haciendo que sus relaciones sentimentales fueran cada vez más cortas.

Huía del compromiso, de verse en eventos familiares con gente que no conocía, o con gente con la que no tenía confianza, o con gente a la que no aguantaba. Aunque, a veces, rompía el hielo y trababa conversación, como con otros. Pero una vez tomada la confianza terminaba hablando de más o exaltándose, y discutiendo.

Cuando se rompía una relación con una chica, pasado un tiempo, deliraba, y hacía lo posible por conocer a otra. Venciendo la inicial timidez, rompiendo la extraña sensación y el misterioso sentido de la vergüenza. Con esa fuerza imperiosa o esa necesidad que eclipsaba todo.

Esa necesidad imperiosa le hizo vivir con una chica sin apenas conocerla, y darse cuenta después de que esta, no sólo tenía problemas psicológicos, sino también psiquiátricos. Esto, en choque con su carácter, sus arrebatos y a su escasez de paciencia, le supuso una denuncia por supuestos malos tratos, una noche en el calabozo, y una orden de ajamiento. Pero esto al menos le sirvió para quitarse a aquella neurótica de encima y poder seguir viviendo, pues lo estaba pasando mal y la convivencia era un sinvivir.

Con la llegada del chat, las plataformas digitales y las redes sociales, conoció a muchas chicas, pero al chocar la realidad con lo que él había imaginado, se rompía su fantasía y se terminaba el encantamiento.

Con el paso de los años todas las chicas con las que entablaba relación tenían la triste experiencia de sus anteriores relaciones y fracasos, y a la mínima le daban pase y adiós. Otras tenían hijos y problemas con sus ex, y era él el que huía. Ningún amor era tan grande como para enfrentarse a los problemas agregados a la relación con esa mujer. Por esto eran cada vez las relaciones más efímeras.

No eran sólo dos problemas, el no poder estar sólo y no poder estar con él, sino que eran muchos más problemas, que se acentuaban conforme iba cumpliendo edad y aguantando cada vez menos. Vivía dominado por un universo de manías y fobias. Hablaba en demasía y chocaba con sus interlocutores. Algunas veces se reconocía como un bocazas y daba cuenta de los perjuicios que esto le traía. Mostraba una total falta de respeto a las religiones, a las ideologías y a las costumbres. Se cerraba en posturas extremas de las que le costaba moverse. Sin admitir otros pareceres. Se exaltaba. Quería culturizarse, pero no tenía paciencia para leer, tampoco tenía paciencia para ver documentales. Tampoco le gustaba ver películas históricas a no ser que fueran de acción. La acción y en algunos casos la comedia eran los únicos géneros cinematográficos que le gustaban. Quería conocer chicas, tener una relación, pero le tenía pánico al compromiso, y salía huyendo en el primer instante en que se sintiera lo más mínimamente agobiado.

Con el paso de los años a cada momento iban siendo menos las chicas con las que entablaba una relación. Las que le gustaban eran demasiado jóvenes para él, y las de su edad que conocía no tenían lo que él, en su mundo, se imaginaba y exigía.

Movía a amigos a ir a un sitio y al minuto salía en espantada de allí sin que los otros acertaran a saber por qué, a veces hacía sentarse en una terraza y a los pocos minutos de haberse pedido todos la consumición se levantaba porque decía que la había dado frio o por cualquier razón, a veces por ver a alguien que no le agradara, a veces se levantaba a pedir la cuenta cuando algunos aún estaban a medio, pero otras veces se enredaba a hablar y hacía quedarse los últimos cuando todo el comedor se había desalojado y estaban recogiendo y limpiando. Y otras veces aguantaba estoicamente, sorprendentemente, dejando a todos perplejos con ese cambio de conducta.

En una ocasión no tuvo paciencia para que dieran mesa y atendieran, serían escasos minutos, pero se fue, diciendo a los amigos que se pediría una pizza a domicilio.

Así pasaban los años. Unos amigos, los casados, estaban distantes, en sus familias, sus entornos y sus mundos, aunque los hijos crecían y se iban teniendo solos. Otros amigos, los solteros o divorciados, lo evitaban por estas conductas imprevisibles que los incomodaban. Seguía delirando por las mujeres, intentando conocer, intentando establecer una relación anhelada, pero el resultado era el mismo, y llegó un momento en el que prácticamente nada.

Así, hasta que llegó a la cincuentena. Pensaba, rememoraba tiempos pasados. Se sentía sólo, reconocía su falta de paciencia, sus impulsos, su forma de precipitarse y... Sus espantadas. Y pensaba que no había sido capaz de controlarse ni dominarse a sí mismo, de guardar la compostura y aguantar yesca en determinados momentos. Quizás no fuera tarde para encontrarse a sí mismo. Intentaría intentarlo.

Mayo 2020.

Relato de Juan Gil Palao.

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