EL PRESUNTO MALTRATADOR

17.11.2020

EL PRESUNTO MALTRATADOR

Él no la entendió cuando ella le dijo "ahora voy a ser mala", estaba muy lejos de entenderlo. No sabía lo que era un lugar llamado CAVI, y no se podía ni imaginar que ella estuviera yendo a ese sitio ocultándolo y sin él saberlo, y mucho menos que le estuviera mentando de maltratador. Pese a la evidencia no asimilaba que ella, en su farsa de víctima, se estuviera aprovechando de su inocencia para después aprovecharse del sistema. Estaba lejos de pensar que existieran personas así.

Por otro lado le daba la sensación de que estaba sentado encima de un barril de pólvora o sobre una bomba que en cualquier momento podía explotar, y que debía de escapar. Pero se sentía atrapado.

Ella tenía conductas variantes, había días que estaba tremendamente cariñosa con él y otros en los que estaba extremadamente arisca y hostil. A veces se mostraba exigente, otras ocasiones parecía asumir un rol de sumisa que él tampoco entendía. Le mostraba enfados que él no atinaba saber por qué. A veces lloraba, así porque sí, sin ningún motivo aparente. Y le decía entre sollozos que por favor la ayudara, que no quería ser así, y él trataba de ayudarla, pero no sabía cómo.

Varias veces le planteó la ruptura, y ella le rogaba entre llantos y sollozos que por favor no la dejara. Y supo que una de aquellas veces, el mismo día que se le abrazó llorando y rogándole que no la dejara, había ido al CAVI, dándoselas de víctima sumisa, atrapada, y sin escapatoria. No. No lo podía entender.

Sus variantes, sus cambios de actitud, sus cambios de humor, el chantaje emocional al que lo sometía haciéndolo sentirse culpable no se sabe de qué, el pasar de la risa al llanto o del llanto a la risa, le hacían pensar que ella tenía problemas psicológicos y quizás psiquiátricos, y que debía ser tratada.

Fueron los dos a un psicólogo, pero ella no quiso seguir yendo.

Quería ayudarla, la apoyaba, pero no la entendía. No se entendían. Y quería hacerle entrar en razón, hacerle entender que debían de ir cada uno por un lado, pues el día a día era un sin vivir y un continuo sufrimiento.

Ella lloraba, y le hacía sentirse culpable. Él se sentía perplejo. Le decía que si ella lo pasaba mal, él lo estaba pasando peor. Y ella le gritaba ¡cállate!, y seguía llorando.

A veces ella parecía querer cabrearlo, incluso parecía desear que la insultara, la menospreciara y la agrediera para poder tener argumentos. Pero él no la insultaba, y tampoco la agredía. Nunca. En algunos momentos se menospreciaba y marginaba ella sola. Alguna vez, en un cúmulo de nervios y de hastío él le había elevado la voz, eso sí, le había gritado, pero después de haberle gritado antes ella a él. Y cada día estaba más convencido de que debía de huir, fuera lo que fuera y pasara lo que pasara.

Hasta que un día huyó, el día que cayó la gota que desbordó el vaso. No aguantaba más. No podía más.

Cuando estaba recogiendo sus cosas y haciendo maletas ella no daba crédito, no lo asimilaba. Y se le abrazó llorando más fuerte que nunca. Pero ya era irreversible, ya no había vuelta atrás. Se iba. Se pusiera como se pusiera. Le decía lastimosamente, con el rostro enrojecido de lágrimas "me abandonas como a una colilla", él le replicó que no la abandonaba, que nunca la abandonaría ni la dejaría en la estacada hasta que pudiera valerse, que no la abandonaría a su suerte, y que en ese sentido lo tendría. Pero que no podía seguir conviviendo con ella. Y se fue, DE SU CASA, dejándola allí.

La primera noche que durmió en la casa de campo, familiar, propiedad de sus padres, estaba seguro de que no volvería con ella. Pero ella debería de tener un trabajo, unos recursos propios y después abandonar la casa, que era propiedad de él.

Cuando iba a SU CASA, a llevarle a su mujer la compra, y a ofrecer por si necesitaba algo, ella se le abrazaba llorando, y le rogaba que volviera.

Hasta que un día, en una de aquellas visitas, acabaron discutiendo, y pasó.

La discusión vino por querer poner las cosas claras, ella estaba sola y sólo lo tenía a él, de ahí el problema para la ruptura. Ella tampoco trabajaba, y dependía totalmente de él. La casa era de él, privativa, pagada antes de contraer matrimonio. Y ella no tenía a nadie a quien acudir en esta localidad, pues se había cerrado tanto en él que no había querido tener amistades. Él le decía que se fuera a su pueblo, con su familia, y ella se enojaba. Pues, al parecer, las relaciones con su familia tampoco eran buenas. Y él planteaba claramente el divorcio, de forma irreversible y contundente, dispuesto a dejar que se quedara en la casa el tiempo que hiciera falta, pero que una vez tuviera recursos de debía de ir, pues él estaba de prestado un una casa en el campo común y familiar. Ella montó en cólera, no se quería divorciar, quería que él se sometiera a ella, y él ya no podía más. De ahí la discusión se elevó de tono, y pasó lo que pasó.

Él, en aquel momento, se convirtió en agresor. Fue solo un instante.

No fue una bofetada, ni fue una paliza. No fue un cúmulo de insultos. Tampoco hubieron amenazas. Fue un empujón, uno, uno sólo, que le provocó una caída y una leve contusión. Ella le había gritado, le había reprochado, le había insultado, se había metido con su familia y sus amistades, le había dicho cosas horribles, apuntándole donde más le dolía. Había dicho cosas que no eran, tergiversando todo, y lo había enervado. Le había conseguido enojar, y él, en todo momento queriéndose ir, la empujó cuando se le puso delante del cerco de la puerta impidiéndole salir.

Estaba tremendamente nervioso. Como nunca. Estaba fuera de quicio. Pero no podía justificar de ninguna manera esa agresión.

Fue buscado, detenido, llevado a calabozos, puesto a disposición judicial y sometido a un juicio rápido con inminente condena. Pues había reconocido darle el empujón, no sabía mentir. Dijo que la caída fue accidental y que él solo quería apartarla para salir. Aunque ciertamente estaba muy nervioso, demasiado, quizás más que nunca.

No contaba el apoyo incondicional que le había dado todo el tiempo, el apoyo moral, la ayuda en todos los sentidos. No contaba la atención por parte de él. No contaba el cariño que en su momento le dio, y que ella fue mermando y extinguiendo con sus conductas. No contaban los gritos e insultos de ella. No contaban los disgustos. No contaban los desvelos, los cúmulos de nervios, las noches sin dormir. Solo contaba el empujón, un único empujón con una caída accidental que de pronto lo habían convertido en agresor y en maltratador.

Estaba deshecho, destrozado, desmoralizado. Pero lo que más le dolía era el que ella llevara meses maquinando algo así. Y que ahora le reclamara una indemnización por la lesión, además se ser beneficiaria de una paga a cargo del Estado como supo después. Además de pretender agravar con acusación particular aduciendo un maltrato habitual que no era cierto, y un maltrato psicológico, que tampoco.

Pero había sido condenado, pues había habido una agresión.

Ella era una víctima, y él un maltratador. Un maltratador que había huido de su domicilio por no aguantar más la situación de pareja, un maltratador que vivía en un sin vivir y que quiso huir de un infierno, un supuesto maltratador al que su supuesta víctima se abrazaba llorando y rogando que no la dejara repitiéndole que lo quería mucho y que no podía estar sin él.

Un supuesto maltratador al que cuando su supuesta víctima le decía, "... entonces, voy a ser mala", no entendía que se trataba de una amenaza.

Él no era nada malicioso, ni mal pensado, por eso no acertaba. Tampoco era un maltratador. Ni mucho menos. Tenía sensibilidad con la violencia de género, se entristecía cuando veía en las noticias estas atrocidades, maldecía a los maltratadores tratándolos de bestias y de personas sin escrúpulos. Pero él no era uno de ellos. Él no sometía a su mujer, ni la gritaba habitualmente, ni la agredía, ni le pegaba, ni le insultaba. No le exigía nada, no le reprochaba nada. Era más bien ella la que trababa de someterlo a él, y él no se dejaba someter, eso era lo que pasaba. Era un presunto maltratador, pero un potencial inocente.

Él dijo muchas veces que todo lo que se hiciera contra la violencia de género era poco, que tolerancia cero con el maltratador, aplaudió en su momento la ley de medidas de protección integral contra la violencia de género, pero entonces no podía ni imaginar por asomo que ese ley podía afectarle a él, como puede afectarle a cualquier hombre por su única condición de hombre.

Supo que ella había grabado conversaciones y discusiones, subidas de tono, pero de las que no se había conseguido sacar ningún insulto ni ninguna amenaza y mucho menos una agresión, esto le enervó. Si no estaba bien con él... ¿por qué no se había ido? Veía gordo que estuviera maquinando algo así mientras le rogaba que no la dejara, le repetía que no quería divorciarse y le decía que lo quería mucho.

A él le impusieron una orden de alejamiento, expulsándole así contundentemente de SU CASA, donde permanecía ella, pero esa orden de alejamiento también le impedía ir a ver a su familia, padres, abuela, hermanas, cuñados y sobrinos, pues todos vivían en la misma calle y a escasos metros, con lo cual si los veía tenía que ser yendo ellos a la casa de campo familiar en la que él se había quedado.

Ella consiguió una indemnización a cargo de él, por la leve lesión que menos mal que fue leve, una paga a cargo del Estado por presunta mujer maltratada, una pensión compensatoria a cargo de él durante varios meses, por el divorcio, y el uso de la vivienda, de él, durante más de dos años. Además de cobrar por un trabajo en la economía sumergida. Pues con él nunca encontraba trabajo y ahora sí que trabajada, pero sin contrato. Y menos mal que no tuvieron niños, si no, le hubiera arrebatado la casa de por vida y hubiera tenido que pagarle pensiones de alimentos indefinidas en lucha constante por la custodia.

Él lo pensaba, y no entendía que llevara meses yendo a ese sitio, llamado CAVI, a dárselas de víctima cuando, en realidad, sólo era víctima de ella misma, pues consideraba que por parte de él, por entonces, no existía ningún tipo de maltrato hacia ella. Opinaba que si no estaba bien con él irse era lo más fácil, él no la sometía a nada ni la retenía, y jamás la hubiera perseguido ni acosado. No comprendía estas cosas. Y cavilando solo encontraba una palabra, fraude.

Él era víctima de su inocencia y su bondad.

Ella era víctima de ella misma, y lo seguiría siendo de por vida. Pues una persona así jamás consigue ser feliz, pues la eventual felicidad es momentánea y muy breve.

Y él fue feliz, consiguió pasar página, pese a haber sido condenado por inocente.

Relato de Juan Gil Palao.

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