EL PRINCIPIO DEL FIN

21.09.2020


EL PRINCIPIO DEL FIN

Nadie lo hubiera imaginado hace años. Decían que eran la pareja ideal, muy bien avenidos, se adivinaba la felicidad y la estabilidad.

Se decía que nunca habían discutido. Pero un día discutieron, y la discusión se les fue de las manos, tanto que se gritaron. Fue como una explosión de lo que llevaba mucho tiempo hinchándose. Se dijeron lo que llevaban años callándose. Confirmándose que aquella relación tan perfecta poco a poco se había ido deteriorando, y que aquel amor tan inmenso se había ido poco a poco mermando. Se dijeron las cosas claras. Se hicieron reproches. Pero se exaltaron, mucho, muchísimo, sin pensarlo ni darse cuenta, y los gritos se oían en la calle y alertaron al vecindario.

Un vecino que oyó los gritos avisó a la Policía.

Sin atender a razones ni explicaciones los policías sacaron al hombre esposado ante la mirada atónita de los vecinos. Algunos y algunas le gritaron y le insultaron. Se lo llevaron detenido y lo ingresaron en calabozos.

Ella repitió varias veces que no deseaba denunciar, que no había nada, que solo había sido una discusión que se les había ido de las manos y se había subido de tono, y le respondieron que eso un juez lo decidiría.

Él dijo que no entendía esa detención, que no le había pegado a nadie ni había hecho nada como para que se lo llevaran así. Sin salir de su perplejidad, pero pensando que se trataba de un error y convencido de que en breve se aclararía todo y saldría de allí.

Ella dijo que no quería ser asistida por ningún abogado ni abogada del turno de violencia de género, y que no había existido ningún maltrato por parte de su cónyuge. Y dijo que no quería ir a ningún centro de mujeres maltratadas porque ella no era ninguna mujer maltratada.

El testigo que avisó dijo que lo hizo instintivamente, impulsivamente, alentado por la campaña contra el maltrato. Preguntado si había visto a ese hombre agredir a esa mujer manifestó que no, preguntado si había oído insultos y amenazas, tras una pausa pensando y recordando, dijo que no. Y que era la verdad. Incluso admitió que ella gritaba más que él. Se arrepintió de esa llamada, se sintió mal, pero es que lo gritos eran fuertes y le asustaron, lo pusieron nervioso y lo hicieron dudar.

Nadie había visto maltrato, insultos, ni amenazas. Nadie había percibido ningún tipo de maltrato habitual en esa pareja.

Simplemente que ese día se habían puesto a discutir, y la discusión se subió de tono y se fue de las manos.

Pese a lo que dijeron él, ella y el testigo, este hombre no fue puesto en libertad, sino que siguió ingresado en calabozos hasta que fue puesto a disposición judicial.

Fue sometido al llamado juicio rápido, y el fiscal no encontró indicios para poder formular una acusación fundada en derecho. Al más mínimo indicio hubiera acusado, sin duda, pero es que no encontraba nada. Y pidió el sobreseimiento y archivo de la causa.

Así este hombre salió en libertad, totalmente libre de cargos, tras haber sido detenido por un delito que en ningún momento había existido y sin ninguna denuncia de su pareja.

Pero algunos vecinos y vecinas le retiraron el saludo, otras lo señalaron como maltratador, y quienes realmente le conocían defendían a capa y espada su inocencia, su honradez y su honestidad.

Nada volvió a ser lo mismo. Esa discusión no se quedó en una crisis de pareja, sino que supuso el principio del fin, y esa detención y esa noche en calabozos marcarían a este hombre de por vida.

Relato de Juan Gil Palao.

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