EL TIO DEL SACO

24.02.2020

EL TIO DEL SACO

Érase una vez, en un lugar muy lejano, una villa en la que vivía un ser terrible al que algunos consideraban un grave peligro y otros consideraban inofensivo o simplemente gracioso. Tenía un tipo delgado y un aspecto cadavérico, su tez era alargada y hundida, y tenía una cara de angustia similar a la del Santísimo Cristo de la Agonía. Aparentemente era inofensivo, pero tras esa patética cara de angustia se escondía su terrible maldad. Su hablar era vasto y grosero, pero con extraordinario sentido del humor que hacía con frecuencia reír. Veía el mundo de una manera egocéntrica, creía que todo giraba alrededor de él. Consideraba que todos los hombres eran unos cabrones y que todas las mujeres eran unas putas, y que todos veían y pensaban como él sin ningún tipo de pensamiento o sentimiento. Así era el ogro malo de este cuento. Frívolo. Cínico. Era de palabra fácil, muy persuasivo, y con un poder de tentación superior al del mismísimo Demonio.

Iba por la vida con un misterioso saco, provisto de una misteriosa sustancia que quien la probaba perdía su identidad y se volvía completamente idiota sin tan siquiera darse cuenta, viendo todo el entorno que le rodeaba de manera fantástica e irreal, y creyéndose superior.

Todos los niños de la villa (algunos de casi treinta años) vivían aterrorizados y temerosos de caer en las garras del Tío del Saco. No se llevaba esencialmente a los niños malos o que se portaban mal, como decía el viejo cuento, sino a los ilusos e ignorantes, a los faltos de personalidad y firmeza. Pero su poder tentador era tan fuerte que incluso conseguía arrastrar a los fuertes de personalidad y temperamento. Era único en hacer la pelota para persuadir y convencer. Unos caían por inocentes e ignorantes, otros -hartos y aburridos de todo- por buscar una nueva motivación o experimentar nuevas sensaciones, otros porque se desmadraban con terrible ánimo de fiesta, otros porque se dejaban arrastrar por la corriente pensando quizás que si lo hacían los demás tenía que estar bien y no debía de ser tan malo, y otros porque eran sencillamente tontos.

Cada vez eran más los niños (algunos de casi treinta años) que vencidos por la tentación seguían al Tío del Saco, diciendo siempre que esta y no más, pero cayendo sábado tras sábado en lo mismo y convirtiéndose en una rutina más. Algunos extendían esta rutina al viernes y así, sin controlarse, la convertían en una adicción diaria que arruinaría sus vidas.

Los adeptos al Tío del Saco con el bajón se sentían terriblemente mal, pero seguían buscándolo para que de su saco les diera su ración de polvo blanco que maltrataba su nariz y mucho más su cerebro, sus neuronas y su mente.

Unos se echaban la culpa entre ellos, otros culpaban al Tío del Saco, pero realmente los culpables eran todos y de forma individual, a riesgo de pasar de ser usuarios a consumidores, y de consumidores a ser adictos a esa misteriosa sustancia blanca del saco que los traía de cabeza cada fin de semana y cada fiesta y sin la que ya no sabían pasar.

Nadie quería al Tío del Saco, pocos lo aguantaban y menos lo tragaban, era un bocazas que ponía en aprietos y compromisos, que espantaba a las chicas y que hablaba y alternada con gente muy rara que le suministraba su misteriosa sustancia, pero todos acababan siguiéndole como fieles borreguitos.

El Tío del saco seleccionaba con "ojo de lupa" a sus víctimas, de las que algunas eran acosadas, asediadas y agobiadas de una manera especial. A veces se transformada, se mostraba dócil, comprensivo, demostraba otros gustos y otras tendencias sanas muy distintas a las que lo caracterizaban, demostrando tener conocimientos de muchos temas y algo de cultura, pero en muy escasas ocasiones, pues solo solía hablar de sus tres temas predilectos: mujeres, sexo y droga; y de una forma grosera. No parecía ser tonto, sino que más bien parecía con frecuencia pasarse de listo.

A las niñas las atacaba acechante, y les entraba sin dilación ni miramiento de ninguna clase. Pegándose a su oído y cogiéndolas de la cintura por si se le escapaban, acosándolas con saña y llegando en algunos casos a decirles tales disparates que las hacía huir despavoridas o mandarlo sencillamente a la mierda, pero le daba igual, iba a saco con todas. Carente de todo tipo de sentimientos pensaba que todas "eran unas putas" y viciosas, y que iban a lo mismo que él. Pero en realidad las personas como él eran las menos, son muchas más las personas vulnerables por incautas y confiadas. Utilizaba el "todo vale" y las atacaba de cualquier forma, incluso intentando arrebatarlas a supuestos amigos, secuaces o conocidos. Su obsesión por ellas rozaba la enfermedad. Y además de ser el primero de los adictos al saco era un perturbado, un pervertido, un especulador y un embustero. Pero acababan calándolo y mentándolo de baboso, plasta o pesado. Unas lo ignoraban y hacían caso omiso a sus obscenidades, otras le daban la espalda, y otras lo mandaban sencillamente a la mierda cortándole tajantemente su grosera y obscena verborrea. Así, en muchas discotecas de las que frecuentaba El Tío del Saco, se producían escenas muy similares a la berrea de los ciervos.

Se diría que solo le gustaba hablar de mujeres, pero de manera soez, mentándolas a todas de viciosas, furcias o rameras. Y lo hacía de forma grosera, molesta para la mayoría, con términos mal sonantes, exaltando el sexo y los temas relacionados con el saco. Cualquier gesto de ellas lo interpretaba introvertidamente y decía "quiere algo", sin saber que en realidad le repelían como a la más fea de las alimañas. Estar con él muchas veces incomodaba. Pero seguían buscándolo por su saco.

Barruntaba y suponía sólo con los gestos, ademanes y movimientos de la gente, gente de la que no perdía detalle. Y con su achacosa imaginación inventaba historias que con frecuencia estaban lejos de la realidad, rollos y embrollos, achacando todo a las drogas y al sexo, asegurando sus historias y creyendo sus suposiciones, pero equivocándose creyendo que toda la gente era así e iba a lo mismo (a drogarse y a follar según él en sus groseros términos). Y conseguía que en más de una ocasión sus suposiciones y sus groserías sentasen más a más de uno, como sus demás comentarios.

Muchos lo aborrecían, no lo tragaban por muchas razones, y ya no caían en sus garras ni se dejaban arrastrar por él. Pero ya se buscaban su propio saco y arrastraban a sus propias víctimas, víctimas también de El Tío del Saco.

La villa se llenó de tíos del saco que arrastraban adeptos, toda la ciudad estaba contaminada de aquella terrible epidemia, y por momentos se estaba creando una sociedad mayoritariamente inculta e ignorante cuya única ilusión y aspiración (nunca mejor dicho) consistía en salir de fiesta y ponerse hasta el culo.

¿Qué inducía a aquellos niños (algunos de casi treinta años) a tan injustificada conducta? ¿Cómo se dejaban seducir por semejante energúmeno?¿Cómo algunos después de haber predicado con el deporte y la vida sana caían tan bajo?¿Cómo algunos antaño sanos deportistas que llevaban rigurosas dietas privándose de pequeños y simples vicios, gustos y placeres se tiraban tan de golpe a ese polvo blanco?¿Cómo algunos de los que antes criticaban duramente a los consumidores de estas sustancias ahora los imitaban? ¿Cómo algunos después de haber tenido serios problemas de depresión y nervios a consecuencia de lo que nunca debieron hacer hacían ahora esto? Todas estas cuestiones no dejaban de entrañar misterio sobre el poder del Tío del Saco, sobre todo en aquellos que ya iban hacia la vejez de la juventud.

Miliki dedicó un disco a sus niños de treinta años, recordando aquellas entrañables canciones como : Don Pepito y Don José, dale Ramón, mi barba tiene tres pelos, feliz en tu día (o en tu noche o en tu momento), había una vez un circo (con payasos, monos, panteras, caballos y camellos), y sobre todo aquella de "CÓMO ME PICA LA NARIZ"....Quizás estos niños pensaron que Fofó u Miliki tenían la nariz tan grande a causa del consumo de falopa, o que Heidi y Pedro se ponían hasta el culo, tal vez tuviera algo que ver la imagen de Heidi columpiándose en una nube o la de la abuela de Pedro ciega todo el día, y quizás creyesen que la madre de Marco se fue a Argentina porque la perseguía la pasma por narcotráfico, quizás creyesen que Epi y Blas eran naranja y amarillo porque le pegaban mucho a los vicios, o tal vez fuese el misterio de que Espinete fuera todo el día en pelotas y se pusiera el pijama para dormir, o los grandes botes que pegaba el saltamontes Flip en "la abeja Maya", o Mazinguer Z, o el comando G...... O quizás estos niños en la realidad confusa que vivían ya ni se acordaran de su infancia, ni de su familia, ni se considerasen a ellos mismos.

El Tío del Saco no aceptaba negativas, seguía insistiendo instintivamente hasta la exageración, no admitía ni percibía las claras señales de desprecio y de repudia, a quienes discutían con él y le decían las cosas claras para terminar la relación los volvía a buscar como un manso y dócil perrito como si nada hubiera pasado y les hacía la pelota y las lamía el culo hasta seducirlos y arrastrarlos a sus líos. Se le olvidaban muy pronto los incidentes.

No cesaba en su empeño de atacar a las chicas, y no se hundía con los reiterados rechazos ni aun con los insultos, si alguna decía "vete a la mierda" él decía "la tengo en el bote". Y no paraba en sus ataques y acometidas hacia ellas utilizando cualquier medio, diciendo todo tipo de tonterías, y con un diálogo monólogo lleno de obscenidades, insinuaciones y claras groserías. Algunas veces algunas picaba con el cebo del saco. Pero casi siempre salía peor parado que el ciervo perdedor en la berrea. Pero no se hundía, ni reflexionaba. Seguía con su obsesión, y con su vicio contagioso.

El Tío del Saco había conseguido que estos niños (algunos de casi treinta años) perdieran todo su espíritu y su ilusión de antaño y que el sábado, víspera de domingo o de fiesta de guardar pasaran yendo de paseo al coche feo a buscar el saco. En las ferias, en los puentes, en las navidades, y en todas las noches de fiesta aumentaban sus ausencias y sus viajes al coche y al saco, pasando más tiempo así que en el ambiente festero y volviendo cada vez más memos y más ausentes del entorno y la realidad, creyéndose quizás que así ligaban más, porque, desde luego, en el limbo en que flotaban, sin duda, lo estaban pasando bien. Eran LOS REYES DEL MAMBO. A unos apenas se le notaba, pero otros no se daban cuenta de su degradante imagen ni del terrible efecto que causaban respecto a los demás, creyéndose que la gente no se daba cuenta y olvidando que viven en un pueblo en el que la gente habla mucho. Después, tras el bajón, algunos se lamentaban amargamente, otros trataban de justificarse, decían que "solo ahora porque eran las fiestas y que después nada", pero cada fin de semana volvían a lo mismo, empezando a mirarse pendientes de quién llevaba el saco, y comenzando pronto a hacer viajes y con más frecuencia, diciendo que no pasaba nada y justificándose con decir que había otros, y muchos, que lo hacían en mayores dosis y con mucha más frecuencia. Habían perdido el espíritu navideño y la navidad se traducía en una gran fiesta, muchos días, con su mágico saquito, todas las noches eran buenas y viejas, grandes noches de salvajes fiestas, y en la noche de reyes ya no esperaban con ilusión nada de los Reyes Magos, sino de los camellos.

Algunos, en alguna ocasión, con la llegada de la primavera y durante el verano se volvieron unos sanos deportistas, se alejaron del vicio, dejaron totalmente de fumar y apenas ingirieron alcohol ni esnifaron, y afirmaron no volver a dejarse arrastrar por el Tío del Saco, pero....Ay, ¿quién conoce los misterios de la voluntad y su rigor? El hombre no se rinde tan sólo a los ángeles o a los demonios, ni por entero a la muerte, sino sólo por la flaqueza de su débil voluntad. Cuando el calor se apagaba y las noches se alargaban volvían a lo mismo, y de forma rutinaria. Sin pensar algunos que la rutina se convertiría en diaria, que el vicio los absorbería, y que el saco destruiría sus vidas.

El Tío del Saco, destrozaba vidas, pero él era el primero que destrozaba la suya.

En este cuento, al contrario que otros cuentos convencionales, no aparece ningún héroe ni ningún superhéroe que vaya a vencer al ogro malo, sino que quién únicamente puede vencerle se unía a él. Tampoco tiene un final feliz, sino que no tiene final, es una historia interminable.

Nada podía con el Tío del Saco, no había victoria sobre él ni esperanza de salvación para esos niños (algunos de casi treinta años) que seguían siendo arrastrados ignorando (y sepan que ignorar no es no saber sino no querer saber) tal vez los peligros que corrían, ignorando que sin darse cuenta habían pasado a formar parte de una terrible cadena de que son el último eslabón, ignorando tal vez lo que ocurre en lugares lejanos por culpa de esa sustancia ilegal y perseguida que tan a gusto los pone, que produce una estimulación intensa pero breve pero de la que tal vez ignoren que daña el corazón, destruye el sistema nervioso y deteriora el interior de la nariz, y tal vez no sepan que a las personas nerviosas les puede producir como respuesta a la excitación estados depresivos graves, además, por supuesto, de producir adicción, una adicción que ha arruinado la vida de muchas personas. Una vez no es nada, una ocasión al cabo de las cien puede que no suponga nada, muchos lo hacen en principio por gusto o por curiosidad, pero le cogen el gusto y repiten y repiten, y poco a poco acaban enganchados y dependientes. Algunos acabarían con serias lesiones cerebrales motivadas por el consumo excesivo, con deterioro del sistema nervioso, y otros desarrollarían una enfermedad mental que tendrían que arrastras ellos y sus familias de por vida.

Y volviendo a los niños de nuestro cuento (algunos de casi treinta años), en algunos ya no pasaba ni un solo sábado o víspera de fiesta que no buscasen lo suyo, ¿es preocupante? Sobre esto surgen nuevas cuestiones, ¿es necesario para divertirse o para pasarlo bien?, muchos sólo necesitamos buen ambiente y gente que nos anime, ¿es sólo por reírse y decir gilipolleces?, muchos nos reímos y decimos tonterías mucho más gordas sin necesidad de eso, ¿es por las chicas?, si es así estas tendrán un concepto erróneo porque así han perdido su identidad y no son realmente ellos, así pueden ser tomados por lo que realmente no son, ¿es por aguantar de fiesta toda la noche?, ¿por la sensación de felicidad?, ¿por el estímulo de vivir intensamente?, ¿por apreciar mejor la música?, puede que algunos no lo entendamos por tontos, por rancios o por colgados, según puedan opinar estos adeptos al saco, aunque veamos normal el consumo moderado de alcohol, quizás de marihuana y de hachís en dosis razonables y en ocasiones, pero no entendemos ni aceptemos lo otro y consideremos irracional o tal vez disparatado PASAR DEL PETARDO. Y por mucho que se diga, desde nuestro punto de vista, necesitar coca cada fin de semana para divertirse o depender de ella para disfrutar una noche es mucho más que estar colgado, como dicen ellos a los que nos ven al otro lado, mucho más.

Quienes únicamente son capaces de vencer al Tío del Saco son todos y cada uno de los que le siguen, diciendo claramente NO, y no cediendo a sus insistencias y tentaciones. Pero el Tío del Saco además de no ser vencido era multiplicado, la villa estaba llena de tíos del saco, el país estaba lleno de tíos del saco, el mundo estaba lleno de tíos del saco.

Los tíos del saco se multiplicaban, los camellos se forraban, y los traficantes se enriquecían y aumentaban su poder, creciendo así el poder de la mafia y la maldad en todo el mundo. Algunos camellos aumentaban por momento sus ingresos y su patrimonio de esta forma ilícita, se hinchaban con un negocio ilegal y totalmente libre de impuesto en el que todo eran beneficios gracias a aquella gente que su principal preocupación para el fin de semana era PILLAR y su objetivo ponerse hasta el culo, y no solamente con ese polvo blanco esnifado por la nariz que produce esa estimulación que tan a gusto los pone, sino con muchas más cosas mucho más peligrosas y que están destruyendo a toda una generación. En muchas discotecas muchos consumen éxtasis en una "fiesta salvaje" por estar toda la noche dando botes, para apreciar mejor la música tecno, ignorando este tipo de consumidores los peligros que corren. En un país en el que ha aumentado vertiginosamente en los últimos años el consumo de éxtasis y de cocaína, no hay que irse muy lejos para comprobarlo.

Este cuento no tiene un héroe, sino que cada uno se su propio héroe, y vence individualmente con su conciencia, con su integridad, con su amor propio, con su voluntad, con su sentido común, y con su inteligencia. Y no tiene final feliz si no que, como se puede ver, es una historia interminable.

4-2-2000

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