EL TROMPETISTA DE LA HABANA

30.10.2020

A la memoria de Ñoño.

EL TROMPETISTA DE LA HABANA

Muchos lo conocían como el trompetista de La Habana, pero no porque fuera cubano ni natural de esta ciudad, sino porque durante muchos años tocó en "Salones La Habana", unos salones de bodas y eventos que tuvieron mucha popularidad desde mitad de los años sesenta hasta casi mediados de los ochenta del pasado siglo, y en los que todos los sábados, con boda o no, había baile y actuación de la numerosa orquesta, una orquesta variable en el número y en los componentes, pero de la que nunca cambiaba el trompetista. Hasta que el trompetista también empezó a fallar, pues le salían otras actuaciones con la Orquesta Ritmo en la que también se había integrado, y con la banda, su banda, la del pueblo, la de siempre. Y es que el trompetista de La Habana, se hizo popular y conocido en este salón, pero en realidad tocaba en muchos sitios, porque era un apasionado de la música.

Parecía cubano, a la primera impresión, pues su tono de piel era más bien oscuro, y su pelo corto y rizado. Era bajo de estatura, vivaracho, dicharachero, con un gran sentido del humor y de la broma, e incapaz de causarse enemistades y conflictos. Caía bien, por lo general, por su forma de ser, y evitaba discusiones y enfrentamientos. Sólo discutía por los arreglos y las versiones de las canciones que iban a tocar con la orquesta. Su vida había sido y era la música.

Le cogió la guerra siendo un niño de muy corta edad, después, en aquellos años bárbaros y difíciles, salía detrás de la banda de música tras haberse quedado embelesado al verla pasar, el maestro se percató, pues era su vecino y tenía buen trato con su padre, le llamó el niño de la música, y se lo llevó a la escuela para empezar a enseñarle gratuitamente solfeo. Tal era su trato con el maestro que, de adolescente, lo metió en su taller de bicicletas, aprendiendo con este hombre el oficio de mecánico además alimentar la vocación de músico.

Cuando se quedaban sin faena en el taller se ponían a copiar partituras, en un tiempo en el que no había fotocopiadoras y eran escasas las multicopistas. Cogían hojas de pentagramas, y a copiar. También utilizaban el taller para reparar instrumentos, en aquellos tiempos de escasez, arreglando saxofones bollados y soldando con soplete fisuras de instrumentos de aire.

Su dominio de la mecánica sobre bicicletas y motos, le llevó a la automoción. Eran pocos los coches que se iban viendo en aquellas décadas, pero sabía que con el tiempo irían a más.

Su amistad con los hermanos Sandoval, compañeros desde niños en la escuela de música e integrantes de la banda, le llevó colocarse en la empresa familiar, Talleres Sandoval, que años después cogería un importante concesionario de vehículos.

Su primera pasión era la música, pero su segunda serían los vehículos a motor.

Aprendió un oficio que le gustaba y con el que cada día aprendía cosas nuevas.

Pero le gustaba mucho más la música, se diría que más que el comer. Así que, la banda se le quedaba pequeña, y pronto, muy jovencito, se integró en una orquesta, con el maestro y otros integrantes de la banda, tocando música diferente y variada para bailes de salón y otros eventos, y esta orquesta sería el antecedente de lo que terminaría siendo la orquesta de los Salones La Habana.

Allí disfrutaba, disfrutaba con la música, con los arreglos, siempre sugiriendo ideas como añadir escalas al principio o al final de la canción, o arreglos y cambios de tono o de ritmo. Aunque no fuera capaz de componer sí que fue capaz de versionar y dar bonitas entradas a conocidos temas. A veces discutía con el cantante, o con otros músicos, hasta que finalmente los dejaba a ellos, hasta que se daban cuenta de que la versión del trompetista quedaba mucho mejor.

Así, en gran parte del repertorio introducían un solo de trompeta que deleitaba al público en esa pausa del cantante.

Así ocurrió con Sabor a mí, que sobre la mitad, tras un punteo de guitarra española, venía un solo de trompeta antes de dar paso al cantante para repetir las estrofas y dar fin a la canción con un apabullante aplauso del público.

En el repertorio de la orquesta de "La Habana" primaban los ritmos latinos, querían tocar salsa, por hacer honor al nombre, pero el público tenía otras demandas, y su repertorio acabó siendo ciertamente variado.

Solían comenzar con ritmos melódicos para amenizar, en ocasiones, la comida, cena, o sobremesa. Y después iban paulatinamente cambiando a temas más bailongos y música más animada.

Cambiaron la introducción de Perfidia con la idea Eladio, el trompetista, y se le dio protagonismo a este en temas como Pasodoble Islas Canarias, donde lucía el sonido de la trompeta, y más tarde, y ya con la orquesta Ritmo, en Amante a la antigua, un formidable arreglo del tema de Roberto Carlos.

La orquesta era su vida. Pero también Carmen, su novia, que no tardaría en convertirse en su esposa y en la madre de sus hijos.

Ya casado y con hijos se integró en la Orquesta Ritmo, sin querer dejarse La Habana, ni la banda de toda la vida. Pero no se podía llevar todo compatibilizándolo con el trabajo y la familia.

Un día lo avisaron, junto a otros integrantes de la orquesta, dijeron que necesitaban músicos, no les dieron más explicaciones, dijeron que les pagarían relativamente bien y que era para ese mismo sábado. Fue con los hermanos Sandoval y otros compañeros a una localidad vecina, y su sorpresa estuvo cuando se enteró que iban a tocar acompañando al mismo Antonio Machín. No lo podían creer. Les dieron las partituras y apenas las pudieron estudiar, y mucho menos ensayar, en una hora tocaban.

Así que se vio a dos metros de Antonio Machín, improvisando al tocar leyendo directamente la partitura y sin ensayo previo. Y salió bien. Debido a la destreza, a la buena vista, y a un agudo oído.

No podía creerlo.

Así fue que cuando algún o alguna cantante venía, buscaban músicos de la zona para acompañarle, a veces de forma improvisada, por sustitución repentina. A veces con tiempo para ensayar, y otras sin poder ensayar. Improvisando directamente o recibiendo indicaciones del maestro. Unas veces, como cuando con Machín, avisados en el mismo día, otras veces avisados con más tiempo.

Así tocó con Raphael, con Lola Flores, con Juanita Reina, con Sara Montiel, con Rocío Jurado, con Los Tres Sudamericanos, y con un joven exfutbolista que llegaría a ser una gran estrella mundial, llamado Julio Iglesias, entre otros.

Lola Flores le dio un pisotón en un momento en el que ella estaba bailando y él estaba tocando, con el que vio el cielo y las estrellas del instantáneo dolor, y aguantó sin desafinar ni perder el tono. La Faraona se le disculpó, con un elogio y una caricia como propina, y él le respondió con una sonrisa.

En un tiempo anterior al del playback y al de buscar músicos sólo de relleno.

Con la Orquesta Ritmo, recorrería decenas de pueblos, sobre todo del Levante, tocando saraos de toda índole desde "Tómbola" hasta el "Paquito el Chocolatero". Esta orquesta fue a más, y cada vez era más demandada. Por lo que tenía que ausentarse de La Habana, pues no podía estar en dos sitios a la vez, y faltar cada vez más a la banda.

Con la banda no tenía problema, había más trompetistas y podía ir o dejar de ir cuando quisiera, el repertorio lo tenía más que trillado y no le hacían falta ensayos. Pero en La Habana tuvieron que sustituirlo definitivamente. El público no hacía más que preguntar por él y, aunque no estuviera, siempre sería conocido y recordado por "el trompetista de La Habana", pues en algún momento llegó a tener más popularidad que el cantante. Iba los días que no tenía nada con la Ritmo, pero llegó un momento en el que con esta orquesta tenía prácticamente todos los fines de semana ocupados.

Las actuaciones solían ser noches de viernes o sábado, algunas veces domingo, pero a veces les salían actuaciones jueves, incluso algún otro día entre semana, con el resultado de que en alguna ocasión, al día siguiente, en el taller, se quedó dormido debajo del coche que reparaba.

En la Orquesta Ritmo, en aquel momento, sólo eran cinco integrantes. Cantante, bajo, batería, trompeta, y teclados, que era el que hacía mayor papel con los ritmos y los arreglos. Eladio a veces cambiaba de instrumento, el cantante hacía también percusión, y el bajista cogía a veces una eléctrica o una acústica. Se pasaban buena parte del tiempo bromeando y riendo, sobre todo el trompetista y el batería. Y cuando estaban en la barra, antes o después de tocar, se lamentaban irónicamente «qué dura que es la vida de los músicos».

Tocaban en fiestas de pueblos, en fiestas de barrios, en bailes de verbena, en restaurantes, en salones, en locales, en patios, en parques, en calles... Y el repertorio era de lo más variado. Durante un tiempo solían comenzar con "hilo de seda", un tema instrumental de Los Pekenikes, donde él tocaba esta melodía con sordina y el bajo se lucía acompañando a la trompeta, sustituyéndose después los coros por sonidos adaptados del teclista haciendo así más bonita la melodía, amenizado con los golpes de las baquetas, mientras el cantante tocaba la pandereta. Quedaba muy bien este comienzo instrumental. Después comenzaban el repertorio cantado por Crispín, el cantante. Con adaptación de muchos temas de Manuel Alejandro y de otros creadores. Cualquier tema que sonara o que le gustara a alguno de los miembros lo sacaban y lo adaptaban. Así tocaron procuro olvidarte, voy a perder la cabeza por tu amor, frenesí, mami panchita, y un larguísimo etcétera que llegaba hasta gitanitos y morenos y que parecía infinito. También tocaban pasodobles, pasando a temas más movidos conforme se iba caldeando la fiesta y se iba animando el baile, pausando de vez en cuando con algún bolero.

No dejaban atrás las rumbas, ni los ritmos latinos, ni la influencia anglosajona. Pero en ningún baile se dejaban sin tocar el Paquito el chocolatero, poniéndole letra. Y a veces hacía colofón la interpretación de "Amante a la antigua", interviniendo el trompetista como solista en la pausa del cantante.

A veces, las actuaciones, los conciertos o los bailes se alargaban más de lo esperado, también por petición del público.

Pero también estaba la banda, a la que siempre deseaba volver, como quien vuelve a casa. Una banda de origen municipal que terminó emancipándose mediante una asociación que crearon, promovida por el antiguo maestro y por los más veteranos, y que haría que la banda creciera. Y que con los años subiera el número de socios y los alumnos de la escuela de música, la cual también iría creciendo y fraguando nuevos talentos.

Su mujer le reprochaba que quisiera estar en todas partes, pues también se metió en una eventual compañía de zarzuela, dijo que no lo podía remediar y que la zarzuela le encantaba, aunque fue por poco tiempo.

Pero es que le gustaban todos los géneros musicales, decía que la música tenía tanto... Le gustaba la música clásica, le gustaba la música moderna, le encantaba la zarzuela, también le gustaba la música sacra y las marchas procesionales, los pasodobles, las marchas de moros y cristianos que componían por los pueblos del Levante para sus tradicionales fiestas, le emocionaban los boleros, y, más tarde sintió atracción por el blues, el soul y el jazz. Así como de otros géneros musicales que iba descubriendo y le iban cautivando.

La música le absorbía y le quitaba tiempo de estar con su familia.

Se sentía bien cuando volvía a desfilar con la banda, o cuando tocaba en algún concierto o en algún auditorio, o cuando volvía a viajar con ella.

Le gustaba salir en Semana Santa, y ningún viernes santo faltaba junto al paso de la Dolorosa, en la procesión de la Soledad, tocando el Stabat Mater, en un grupo de músicos veteranos.

A mediado de los años ochenta, los Salones La Habana ya habían cerrado, y la Orquesta Ritmo sufrió cambios. Se fue el cantante, y no fue fácil sustituir a Crispín, también se fue el bajista, pero al final consiguieron una orquesta más numerosa, con trompeta, trombón, saxofón, guitarra, bajo, teclados, y un nuevo cantante que también hacía percusión con timbales y en algunos temas tocaba la guitarra. No estaba mal, era una orquesta más completa, pero ya no era lo mismo. Con el número de integrantes y de instrumentos aumentó la calidad, pero también aumentaron las discusiones y las discordias. Hasta que en la primera mitad de los años noventa la orquesta se disolvió.

Esto le hizo estar más con la banda, que crecía por momentos en integrantes y en variedad. Sus hijos ya eran mayores. Y su mujer a menudo le acompañó en viajes con la banda. A pueblos, ciudades, fiestas y conciertos.

Carmen ahora estaba encantada, volvía a tener marido, decía. Pues durante muchos años no había habido casi ningún fin de semana libre del músico. A Carmen, en principio, parecía no importarle, se sumía en la crianza de los hijos, tampoco era mucho de salir ni de socializar, y sobre todo le incentivaba el sobresueldo que su marido sacaba con la orquesta. Lo tenía asumido, pues lo conoció músico, ya con esa entrega, y desde el principio estaba acostumbrada. Pero a veces lo echaba de menos, sobre todo en la feria y en festejos, le recordaba que tenía una familia y unos hijos a los que atender, con quienes salir y pasear. Parecía que la música estuviera por encima de todo.

No obstante, Eladio, no dejaba de sumarse a iniciativas y a proyectos, y a nada decía que no. Sin querer descuidar tampoco la familia.

Un joven sobrino del bajista de la Orquesta Ritmo, que cantó con una eventual y experimental orquesta llamada En Forma, le sugirió que le acompañara en una nueva orquesta de salsa y ritmos latinos, junto con otros músicos de la banda.

El proyecto, Salsa Litle Orquesta, funcionó, tanto que fue incorporando músicos y voces de Panamá y de Cuba, y cobró un auge nacional e internacional, que músicos como Eladio no estaban dispuestos a seguir. Decía que igual que subía podría bajar y que no lo veía como para dejar su trabajo y alejarse de su familia, pues anteriormente, con la Orquesta Ritmo, nunca se alejaba más de doscientos kilómetros, y de forma excepcional. Pero esto le sirvió para trabar una gran amistad con este cantante, César Blasco, que prometía hacer una buena carrera artística. Así se lo dijo al joven.

Eladio no se equivocó, la movilidad, y el reunir músicos de distintos puntos de la geografía nacional e internacional se hacía cada vez más difícil. La primera gira fue un éxito. Pero después el proyecto terminó fracasando, se hacía difícil reunir a todos en algo que no era de lo que vivían ni su dedicación exclusiva.

No tardó en surgir otra orquesta pequeña, salida de jóvenes músicos de la banda, sin tanta movilidad ni auge, manteniéndose en una afición, y estos a menudo invitaban a Eladio y a otros veteranos a tocar con ellos.

La asociación creció, la escuela de música creció, y la banda creció. No eran sólo instrumentos de aire y percusión, como al principio. Había instrumentos de toda índole, y así iban surgiendo grupos de músicos que hacían conciertos especializados en un instrumento concreto.

Un joven profesor tomó la dirección de la banda, y los conciertos se hicieron prolíficos y variados.

Disfrutó en un concierto que hicieron de tributo a Glenn Miller, y otro a John Lennon, y así a muchos más. También gozó en otro concierto en el que interpretaban música de las bandas sonoras de películas, sobre todo cuando tocaron la Guerra de las Galaxias, magnífica creación de Jonh Willians, junto a otros temas de este, Ennio Morricone y otros. La música le encantaba y disfrutaba con ella. Era su vida.

Se unió a un grupo de jóvenes para tocar música de películas del oeste, clásicas, y otras como las de Rocky o Indiana Jones. Con Trompetas, trombones, clarinetes, trompa, bombardino, y tuba.

La banda se hizo numerosa, variada, y sinfónica. Pues al principio solo contaba con instrumentos de aire y percusión, y en sus conciertos, procesiones y festejos el repertorio que tocaban era bastante más reducido y escueto. Así contaba ahora con violines, violonchelos, contrabajos, piano, y más elementos de percusión. Era continuamente innovadora. Y aumentaba su participación en eventos, conciertos, certámenes y concursos, obteniendo importantes distinciones y reconocimientos. Pero seguía participando fielmente en todas las procesiones y festejos locales, como lo estuvo haciendo aquella escasa banda municipal a la que Eladio siguió cuando era niño.

La escuela de música creció en alumnos y en profesores especializados. Se daban clases iniciales de solfeo, y se formaban importantes músicos especializados en guitarra, piano y otros instrumentos. Se daban clases de cante. Y se formaban especialidades como guitarra flamenca, entre otras muchas variedades.

Ya no estaba vinculado ninguna orquesta de aquellas como la Ritmo, llamadas ahora orquestas pachangueras, su colaboración en orquestas era eventual. Y con la banda zurrió buena parte de la geografía en eventos, ahora acompañado en los viajes por su esposa, con la que se sentía más vinculado que nunca.

Pero los años pasaban. Tuvo un amago de infarto que le limitó y le hizo cuidarse más y llevar una vida más ordenada. Le llegó la jubilación, con la que ya dispuso de todo su tiempo para la banda, para la música y, sobre todo, para su familia, con la que se sentía endeudado por haber perdido muchos momentos sin los suyos por la música.

Cesar Blasco, sobrino de Guillermo Blasco, quien fuera el bajista y guitarra de la Orquesta Ritmo. Aquel joven cantante de la Orquesta En Forma, que más tarde formaría la Salsa Litle Orquesta, y otros proyectos. Había iniciado un proyecto en solitario, cantaba canciones conocidas buscando versiones distintas. Así que no dudó en recurrir a su tío y a su ya amigo Eladio Ortega, el trompetista de La Habana, y de la Orquesta Ritmo. Quien intervino el su primer disco en solitario de versiones e intervendría en sucesivos discos convirtiéndose en colaborador habitual. Ayudándole con los arreglos musicales y dándole ideas de cómo versionar. Llamando a su vez a otros músicos, veteranos y jóvenes, que se prestaban a colaborar en el proyecto o en una canción determinada.

Así disfrutó del sonido del saxofón barítono, que le encantó, de las melodías de piano y del acompañamiento de percusión.

Pero sufrió en gran golpe, falleció Carmen, su mujer. Esto le sumió en la tristeza y pasó un periodo hundido y sin ánimos de nada. Se lamentaba y reprochaba el no haberle dedicado durante toda la vida más tiempo y estar más con ella. Estuvo un tiempo inactivo. Hasta que decidió seguir viviendo, y lo hizo incentivado por la música.

Todos sus hijos estaban casados y tenían sus propias familias. Sus nietos y nietas también le motivaban y le ilusionaban. Y, pese a faltar Carmen, las reuniones familiares semanales de los domingos le daban aliciente.

Pero su principal refugio fue la banda, y la sede de la asociación, donde se ubicaba la escuela de música. Se sorprendía de la cantidad de niños, como él cuando se lo llevó el maestro, y de jóvenes, que aprendían solfeo y se formaban como músicos, y los no tan jóvenes, mayores, incluso jubilados, que decidían estudiar música, algo para lo que consideraba con nunca es temprano ni tarde.

También esta circunstancia le hizo vincularse más a Cesar Blasco, y no solo estar involucrado en sus discos como colaborador, sino también en sus actuaciones y conciertos, y también en su vida personal y privada. Cesar lo consideró su compadre.

Así, en la presentación de un nuevo disco, le reservó una sorpresa. Trajo a su tío, Guillermo, y a Crispín, quien fuera el cantante de la Orquesta Ritmo, y de quien Eladio llevaba más de treinta años sin saber absolutamente nada de él.

Al principio Eladio no lo reconocía. ¿Dónde estaba aquel joven delgado, de pelo corto, de fino bigote, y puesto de traje y pajarita? Ahora se encontraba a un hombre barrigudo, con una larga y lacia melena blanca que se recogía con una coleta y con un bigote ya nada refinado y una barba blanca, que vestía de manera informal. Se abrazaron, y le saltó una lágrima de la emoción, por el recuerdo y el reencuentro.

Cesar Blasco y Crispín Auñón, hicieron un dueto cantando Amante a la antigua, acompañados por la trompeta de Eladio y el bajo de Guillermo, entre los otros integrantes de la orquesta, y, en la pausa de ambos cantantes, dieron paso a Eladio como solista con la trompeta, hasta culminar con un multitudinario aplauso del público.

Salía con César, de cafés, de tertulias, de copas. Disfrutando de lo que nunca había disfrutado y como nunca había conocido. Sin límites, ni control, decía que debía de vivir la vida que le quedara, «son cuatro días», decía intuyendo que no le quedaba mucho. Y no se equivocaba. Parecía no querer perderse ninguna.

Volvió a fumar puros, tras años sin hacerlo, y a tomar copas, acordándose de los tiempos de la orquesta. Pero él mismo se controlaba a su manera sin permitirse excesos.

Recordaba aquella época en que Carmen le reprimía cuando se desfasaba un poco fuera del ámbito de la banda o de la orquesta, y cómo lo controlaba. Ahora, seguía acordándose de ella cada día, echándola de menos, incluso hablándole en la soledad llorando mientras la recordaba, pero tenía una libertad que jamás conoció.

Eladio comenzó a sentirse mal, fue al médico, y tardó en decírselo a los hijos. Al médico no le gustaron los síntomas y, tras análisis y pruebas, terminaron detectándole un tumor. A sus hijos parecía hundírseles nuevamente el mundo, como cuando la repentina enfermedad de su madre. Pero Eladio se lo tomó con calma, dispuesto a seguir las indicaciones y los tratamientos de los médicos, animoso y optimista.

La música le iba dando vida y la enfermedad se la iba debilitando.

Pese a todo quería seguir sin perderse ni una, así que, en un evento presentación sin precedentes, muchos se sorprendieron y preguntaron que quién era ese octogenario que corría a pedir que le firmara el disco aquella estrella del jazz invitada, y cómo se puso a hablar con él de música y a contarle anécdotas de su larga trayectoria musical.

Seguía expresando su embriaguez por prácticamente todos los géneros y estilos musicales. Participaba en todos los conciertos y eventos de la banda. Y seguía colaborando en los arreglos y adaptaciones de los temas que cantaba Cesar Blasco, su también amigo y compadre, con el que seguía saliendo de ocio y recreo.

Los tratamientos no conseguían frenar la enfermedad, que seguía avanzando y lo seguía debilitando. Ya le costaba andar, por primera vez en más de cinco décadas no salió en viernes santo junto al paso de la Dolorosa tocando el Stabat Mater.

La banda le rindió homenaje a sus más veteranos integrantes, y fundadores de la asociación que hoy tenía tanta fuerza y tanto auge traspasando fronteras. Entre ellos a los hermanos Sandoval y a Eladio Ortega. Cuando su salud ya estaba muy debilitada.

Pensó por un momento que el homenaje era el fin, que aunque sus amigos vivieran más, a él le quedaba poco. Pero por otro lado se resistía, notaba que su salud se debilitaba pero quería seguir viviendo.

Recordó cuando muchos años atrás homenajearon al maestro, ya mayor y medio paralítico. Reconociéndole su trayectoria, su labor y sus creaciones como compositor. Y cómo lloró su muerte como la de un padre, pues consideraba que a él le debía lo que consideraba la vida, su vida, esta vida que había sido la música. Ahora se veía él en este trance, y nunca lo hubiera imaginado.

Pensó en que pudo haber vivido de la música, pero que no se dieron las circunstancias para poder hacerlo. Y en caso de haber tenido esa oportunidad, creía que nunca habría sido capaz de alejarse de su familia en largas giras, ni de dejarse ese trabajo al que parecía tenerle tanto arraigo como a la música, ni ese taller de toda la vida. Pese a haber tenido muchos viajes y zurrido buena parte de la geografía, con la orquesta, la banda y, en una época corta, actuando en teatros con aquella compañía de

zarzuela.

Apenas podía andar y se empeñaba en salir, su hija trataba de retenerlo, pero finalmente lo comprendía. Cesar lo recogía y se lo llevaba en el coche, necesitaba ese rato en la cafetería, «la wisquería», como él llamaba a ese sitio en los años ochenta, o el pub.

Y muy débil se puso el traje, cogió el fliscorno, y se fue al auditorio a sentarse en su silla frente a su atril para participar en el concierto de Navidad. Sería su última salida. Dos días después ingresaría en el hospital, conseguiría el alta pero a los pocos días volvería a ingresar, con altibajos, optimista en sus momentos de lucidez y mejora, y sin terminar de aceptar su fin.

Sus familiares y los compañeros de la banda, conscientes de su estado, pensaban que Eladio era un ejemplo a seguir. Durante sus últimos años pareció vivir una segunda juventud. Y sus últimos tiempos los pasó rodeados de familiares, amigos y músicos. Siempre sin perder su sentido del humor y dispuesto a extraer alguna risa con alguna de sus ocurrencias y chanzas. Sin dejar de bromear.

Recordaba cuando tocó en los toros, cuando tocaba en Semana Santa, los conciertos, la infinidad de anécdotas y momentos con la Orquesta Ritmo, su única gira con la Salsa Litle Orquesta aprovechando el mes de vacaciones, cuando tocaba acompañando a grandes cantantes, y, sobre todo, recordaba los tiempos de La Habana.

Recordaba cuando el ahora prestigioso director de la banda, conocido internacionalmente, entró de niño en la escuela de música, hijo de un antiguo compañero, y cuando salió por primera vez a la calle a tocar celebrando la festividad de Santa Cecilia, y cuando este fue compañero en la Salsa Litle Orquesta y otros pequeños proyectos. También así con un prestigioso profesor de guitarra que llegaría a ser creador y acompañaría a grandes estrellas del pop nacional e internacional, que también entró de niño en esta escuela cautivándole la música.

Recordaba mucho la década de los sesenta, cuanto tocaba en La Habana, cuando se casó y cuando nacieron sus hijos mayores, cuando tocó acompañando a grandes estrellas, y cuando finalmente emergió la Orquesta Ritmo. Y la evolución de su carrera musical en las siguientes décadas. Y es que música le había dado mucho, le había dado todo, había sido su vida, una vida que notaba que se estaba apagando, por eso en este momento emergían en su mente todos los recuerdos.

Recibía visitas, se alegraba cuando llegaba César Blasco, con el que seguía haciendo planes y proyectos, este lo animaba y, al salir de la habitación del hospital, se le escapaban las lágrimas.

En unos momentos se sentía débil y pensaba que era su último momento, en otros momentos se sentía bien y hablaba de irse a su casa y en unos días retomar la actividad con la banda por un lado y con César por otro.

Pero llegó el fin. Y la banda le rindió homenaje, tocando mientras le daba el último adiós. El director, no podía contener las lágrimas, ni evitar abrazar y besar el féretro. Y Cesar Blasco se sentía como un familiar más de él, con el mismo dolor.

Decían que cuando nació pasaba la banda por la puerta de su casa, y también la música le despedía.

Muchos paisanos no decían nada al oír sobre la muerte de Eladio Ortega, otros preguntaban, «¿quién?», pero casi todos reaccionaban al instante cuando oían decir que había fallecido El Trompetista de La Habana, recordando su simpatía, su sentido del humor, y su entrega a la música.

Junio 2020

Relato de:

Juan Gil Palao.



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