QUERIDA MILAGROS

01.11.2020


QUERIDA MILAGROS

Querida Milagros, me cuesta verte así, y esto es algo que intuía, o que esperaba. Llevabas años siendo candidata a terminar así. Yo, sinceramente, creo que saldrás de esta, y ahora te explicaré por qué. Yo creo que me oyes. ¿Me oyes? A veces parece que haces gestos, o que haces amago de abrir los ojos. Yo y tus hermanas te lo hemos dicho muchas veces, te hemos repudiado muchas veces, pero es que... ¡Coño! Eres mi hermana, mi hermana pequeña, y te quiero.

Te digo que saldrás de esta porque sabes hacer honor a tu nombre. No sé sí recuerdas por qué te llamas así.

El doctor dijo que si está niña nacía sería un milagro, y que si la madre sobrevivía sería un doble milagro.

Cuando yo nací, le dijeron a madre que no debía de tener más hijos, que su salud era muy débil, pero después vino María, y Charo, y después tú. No tuvo más hijos, pero tuvo hijas.

Su corazón estaba ya muy debilitado, pero aguantó el cuarto embarazo, y llegó al parto. De milagro.

La abuela no hacía más que rezar y encomendarse a la Virgen de los Milagros, y en el momento del parto estaba de rodillas rezando en la capilla del hospital.

Y naciste como un torbellino, llena de vida y de energía. Y la madre sobrevivió, pese a que dijeron que en algún momento había dejado de latirle el corazón.

Así se produjo el doble milagro, y de ahí tu nombre.

Tiene gracia, ahora me acuerdo la risa que me dio cuando mi mujer me dijo que su padre le había puesto Estrella por la cerveza. Bueno.

Nuestra madre siempre tuvo una salud débil, pero la sabía disimular, y también sabía disimular lo que era nuestro padre. Cuando la abuela o la tía le decían algo ella trababa de justificar a su marido, y de quitarle importancia a lo que decían.

Le dijeron que no tuviera más hijos, pero al año y medio de nacer yo vino María, tres años después Charo, y, cuando ya nadie lo esperaba, después de haber tenido dos operaciones a corazón abierto, a vida o muerte, cuando yo tenía catorce años, naciste tú, de milagro. Y vivió nuestra madre, también de milagro. Pero su salud sólo aguantó tres años más. Murió cuando tú tenías tres años.

Nuestro padre desapareció, ya desaparecía cuando vivía nuestra madre, así que al irse desapareció del todo, nunca se preocupó por nosotros. El tío Ramón decía que era un degenerado, un alcohólico, y muchas más cosas. Eso me ofendía, pero tardé en darme cuenta de que realmente tenía razón. De pequeño me creía cuando mamá me decía que papá no estaba en casa porque estaba trabajando, y que trabajaba mucho, una vez que llegó borracho mamá me decía que es que se había puesto malo y que se tenía que acostar. Supe mucho después que algunos viernes se gastaba en las máquinas tragaperras todo el sobre de billetes que había cobrado, cambiando y echando y volviendo a echar lo que le salía, y que llegaba a casa sin un duro. También supe que se iba a los clubs de alterne, gastando dinero, sin control, sin responsabilidad, y hasta que le quedaba. Otras veces simplemente iba de bar en bar, y llegaba a casa bien ebrio, dispuesto a vomitar y acostarse.

Así supe que, realmente, el tío Ramón, y la tía Amparo, y la abuela, y todos a los que oí decir algo sobre nuestro padre, realmente se quedaban cortos, pues nuestro padre le ha pegado prácticamente a todos los vicios.

Los domingos por la tarde solía quedarse en casa, ya exhausto y resacoso. En el sillón, viendo la tele, y con la radio siempre pendiente de los partidos de fútbol. Muchas veces me mandaba a que le trajera un paquete de Lucky Strike, y tampoco paraba de fumar, ni de beber cerveza.

Así muchas veces entre la abuela y la tía Amparo sufragaban gastos básicos de la casa, nos llevaban comida y cosas básicas, y a menudo nos tenían en sus casas.

Cuando murió la madre, yo tenía diecisiete años, María quince, Charo doce, y tú tres. Así que hicimos para ti de padre y de madre. Y sobre todo la tía fue quien más se ocupó de ti, por petición de su propia hermana débil cuando veía que la vida ya se le escapaba sin remedio.

Eras mi mascota, siempre te llevaba a todas partes, y Estrella flipaba contigo, te tomó mucho cariño. Tenías gracia y salero. María y Charo te llevaban y traían. Y la tía Amparo era la que más pendiente de ti estaba. También la abuela.

Cuando falleció la madre, nuestro padre no se preocupó lo más mínimo de nosotros, dejando casi siempre solos a cuatro menores de edad en el piso, a sabiendas de que la tía Amparo se ocupaba de nosotros, y consciente de que sus hijos mayores teníamos la sensatez que él nunca había sido capaz de tener. Su escasa familia, tampoco se preocupó mucho por nosotros, un hermano estaba en Madrid, y el otro se mantenía totalmente ajeno e indiferente, su mujer, la tía Joaquina, sí que dijo algo a la tía Amparo por puro cumplido, dando a entender que si necesitaba ayuda la llamaran sabiendo que no la llamarían por ser persona con la que apenas habían tenido contacto ni confianza.

Los primeros días tras la muerte de la madre, papá volvía a casa ebrio y silencioso, sin decir absolutamente nada, y se acostaba. Muchas noches no volvía a casa. Y al poco tiempo se fue a vivir con una fulana que, al principio pensé que habría sacado de algún puticlub, pero que después supe que simplemente la había conocido en un antro nocturno y se fue a vivir con ella. Un alma solitaria y perdida como la de él que encontró lo único que buscaba, sexo y compañía.

Entonces yo ya era mayor de edad, pues a los pocos meses de morir nuestra madre cumplí los dieciocho años.

Por estas circunstancias todos maduramos muy pronto y nos la buscamos.

Yo a los dieciséis años ya estaba trabajando, a los diecisiete ya era novio con Estrella, y a los veinte ya era padre. María tampoco tardó mucho desde la mayoría de edad en emparejarse y formar familia. Y Charo tardaría un poco más, pero también tendría su propia familia.

Tú seguías creciendo. La tía Amparo y el tío Ramón te llevaban los fines de semana como si fueras una hija suya, pese a tener una prole similar a la nuestra, aunque sus hijos ya eran mayores, por eso te tomaron como su benjamina, y por eso sintieron tanto el camino que tomaste y lamentaron tanto el destino al que estabas abocada.

El tío Ramón dijo muchas veces que le habías salido a tu padre, y le oí decir muchas veces de que ese cuñado suyo era un calamidad y un degenerado.

Te veían esa rebeldía, notaban que tus travesuras y ocurrencias eran algo más, veían algo distinto en ti, y decían que no eras como tus hermanas ni como tu hermano.

Esto se confirmaría cuando tenías catorce años y te sorprendieron en una esquina dándote besos en la boca con un chico mayor que tú, agarrada a su cuello, y dejándote tocar. Pero bueno, aquello aún no era nada, sólo revelaba que eras más prematura y precoz que todos nosotros. Después demostrarías que no eras nada sensata y que quizás tuvieras algo en que parecerte al padre. Pues pronto te vieron fumando, y también supieron después que fumabas porros y bebías alcohol. Pero no se sentían con la autoridad de padres cuando te reprimían, así que se limitaban a intentar hacerte entender las cosas.

Ahí yo, Estrella y María, intentamos tomar algo de autoridad, o de al menos procuramos despertar en ti algo de sensatez y de responsabilidad. Pero nos hacías reproches de cuando nosotros teníamos esa edad y nos echabas en cara cosas. Pues tampoco teníamos autoridad de padres.

Te hiciste novia muy pronto, como yo y como María. Una relación tan prematura como seria, con Vicente, un chico muy majo, de verdad, y tu suegra te acogió pronto en su casa como a una hija, conociendo tus circunstancias y tu orfandad, y te dio cariño. Aquella mujer te invitaba a menudo a comer, y decía que te podías quedar a dormir cuando quisieras, te regalaba cosas, no sabía lo que hacerse contigo, hasta que le llegó la enorme decepción cuando supo que te estabas viendo con un amigo de Vicente con el que habías tomado mucho más que confianza y amistad, que estabas manteniendo relaciones sexuales en infidelidad a su hijo, y que te habías quedado embarazada de ese amigo, llamado Roberto. Vaya. Por Dios.

Pobre Vicente, y pobre su madre, que fue la que más se decepcionó.

También la tía Amparo se decepcionó, pues creía que te habías enderezado, que te habías alejado del mal camino y del cauce del vicio, y que llevabas camino de hacer una vida normal y convencional.

No obstante la familia de Roberto también te acogió y te aceptó, con algo menos de hospitalidad que la de Vicente, pero también. Y la tía también se tranquilizó pensando que tu responsabilidad de madre te haría ver las cosas de otra manera.

Fuiste madre más joven de lo que yo fui padre.

Estabas desconocida, tan joven y asumiendo tu responsabilidad de madre, éramos toda una gran familia, yo con Estrella y con nuestros hijos, María con Pedro y con sus hijas, Charo con su novio y tú tan joven y ya con tu familia.

No sabíamos ni dónde pararía nuestro padre. Y la tía Amparo estaba tranquila.

¿No te podías haber mantenido así? Roberto no era mal chico. Estuvo mal lo que le hiciste a Vicente, pero bueno. Ahora tenías una familia. Pero...Ay...

Antes de dos años del nacimiento de Alberto anunciaste tu nuevo embarazo y tu inminente boda. Aún ibas bien. Parecías una madre responsable.

Tuvimos boda, y nació Sandra. Todo hubiera sido ideal si se hubiera mantenido así, pero tú eras muy inquieta y te abrumaba la monotonía y la rutina.

Eras toda una madraza, con tus hijos Alberto y Sandra. Pero pronto empezaron los choques y las desavenencias con Roberto. Sobre todo desde la primera vez que fuisteis de marcha, dejando a los niños con tus suegros. Era normal, circunstancial. Pero es que... Cuando viste las luces de los disco pubs, el ambiente, cuando te tomaste un cubata y seguidamente tomaste otro, cuando volviste a fumar, y cuando aceptaste la invitación a una raya de coca... Todo cambió.

Salisteis varias veces más, y Roberto instaba a iros a casa apelando a la responsabilidad, pero tú dabas rienda suelta a tus ganas, a tus instintos, y tus deseos de evasión, expansión y eventual liberación. Hasta que él volvió a casa indignado y tú te quedaste para agotar la noche, con África, una amiga del colegio. Ahí fue cuando te encontraste con David, otro amigo de Vicente, o conocido por parte de aquel, pero que no conocía a Roberto.

Llegó el punto en el que Roberto se quedaba en casa con los niños, y tú te perdías en el mundo de la noche. Bebiendo cubatas, fumando tabaco y porros, y metiéndote algún viajecillo de coca. Y a saber qué más. Lo que siempre has tenido es que nunca te has hecho adicta a nada, has probado pero ninguna droga te ha enganchado ni te ha causado adicción ni problemas. Después sabríamos que tu única adicción sería la adicción a los hombres, pero a cuales más bravos, más varoniles, más viriles, más portentosos y dotados, más chulos y más canallas. Roberto no daba la talla, igual que Vicente tampoco la hubiera dado.

No pensabas, no medías consecuencias, y así te ibas labrando el destino.

Cuando Roberto estaba ya más que harto e indignado, dispuesto a plantearte las cosas y reconducir la situación, tú le decías que no pasaba nada y que todo estaba bien, y para colmo un día le metiste a David en casa. Pero bueno. ¿Esto qué era?

Le dijiste que David tenía un problema y que se quedaría en casa sólo unos días, y el pobre Roberto aún tragó. Hasta que a la semana se impuso hasta que aquel salió de la casa, y dijo que ese amigo tuyo era un caradura y un liante.

Un día David y tú tuvisteis un accidente con la moto, vamos, que no os matasteis de milagro, haciendo otra vez honor a tu nombre. Quedasteis ilesos.

Roberto se hartó de tus «tonteos» con David. Y pasó lo que tenía que pasar, siendo el principio del fin de un matrimonio que duró poco tiempo. Tú le insistías que no fuera celoso, que no pasaba nada, que David sólo era un amigo, y que necesitabas salir y evadirte, que estaba agobiada con los niños. Pero es que no medías, te sentías a gusto y ya no pensabas en nada, ni en tu marido, ni en tus niños, ni en tu casa, ni en las obligaciones ineludibles... Tus suegros también se hicieron eco de tus costumbres y tus devaneos, y le dijeron a su hijo que le estabas tomando el pelo.

Esto terminaría en un arduo proceso de divorcio, en serios problemas con la familia de Roberto, y en iniciar una relación sentimental con David, que ya no era sólo un amigo.

Soy tu hermano, se supone que debía de estar de su parte, pero no entendí cómo te dieron la custodia de los niños a ti. Tus hermanas también opinaban lo mismo. Es cierto que sólo los abandonabas las noches que te ibas de marcha y durante las escapadas con David. Y que te responsabilizabas de ellos cuando estabas en lo que estabas. Que no eras nada maltratadora y que asumías las obligaciones de madre. Pero pensé que la custodia se la debían de haber dado a Roberto, pues él y sus padres eran quienes realmente estaban criando a esos niños. Yo diría que más que tú. Pero bueno.

Después entendí que los jueces, por lo general, suelen dar la custodia a la madre, salvo casos muy excepcionales y supuestos muy descabellados. Por eso te la dieron también a ti, estableciendo para Roberto un régimen de visitas y la obligación de pagar una pensión de alimentos por cada hijo. Con la indignación de Roberto y de su familia, que recurrieron la sentencia y siguieron una lucha por la custodia de unos niños que habían criado. O al menos intentar conseguir una custodia compartida.

Pero tú te fuiste a vivir con David, llevándote a Alberto y a Sandra, que no hacían más que preguntar por papá. Y aprovechabas para salir de marcha y sumergirte en ese mundo de la noche en el que tan a gusto te sentías cuando los fines de semana alternos le tocaban los niños a Roberto. Después me enteré de que algunos fines de semana que te tocaban los niños a ti también te ibas de copas con David y los dejabas durmiendo. Vaya tela.

La tía decía que ese David era otro «cabecilla», como tú.

Se te notaba el vicio, se te notaba el no dormir o dormir poco, ya olías a tabaco, y los niños te decían descaradamente que querían estar con su padre. Pero tú seguías en tu batalla legal porque Roberto no tuviera la custodia.

Tardé en enterarme de que tuviste un embarazo de David que terminó con un aborto. Pero esto no era nada, aún estabas empezando.

No tardaste en empezar a tener problemas, discusiones y desavenencias con David, que apenas trabajaba y vivía de sus trapicheos. Y ahí empezaste a acudir a los Servicios Sociales.

Las discusiones cada vez eran más fuertes, estabas desquiciada, y los niños traumatizados. Hasta que en una discusión a David se le fue la cabeza, se puso agresivo, quizás por sus nervios unidos a su consumo de cocaína, y tú te encerraste en el aseo.

La lio parda, le llegó a prender fuego al piso contigo dentro, y llegó la Policía, y los bomberos. Avisados por los alertados y asustados vecinos.

El incendio no fue nada, lo apagó con una manta el propio David antes de que llegaran los bomberos. Pero David fue condenado por malos tratos y algunos delitos más. Pues casualmente le encontraron una cantidad considerable de coca.

David reincidió, quebrantó la orden de alejamiento, te insultó y amenazó delante de testigos, le volvieron a pillar droga, y finalmente fue a la cárcel.

Desde la cárcel te hacía llegar amenazas de muerte.

Pero tú ya eras libre.

Lo que aún no sé es cómo conociste a Mauro. No lo sé, la verdad. Y cómo te liaste con él. Puede que saliendo de marcha con África un fin de semana de los que tenía los niños Roberto. No lo sé.

Mauro era analfabeto, sí, no sabía leer ni escribir, apenas había ido a la escuela, y se había criado primero en chabolas y después en su barriada, su temible barriada. Era de etnia gitana, y nunca se había integrado en la sociedad.

Te cautivó y te enloqueció ese chico, y te entregaste apasionadamente a él, incondicionalmente, sin pensar, sin medir consecuencias. Tal vez su delgadez, tal vez su carácter, tal vez su semblante... Pero con él te olvidaste de todo. Te dejaste el piso de alquiler que compartías con David, y del que debías rentas, y te fuiste con Mauro y su familia a la barriada, llevándote a Alberto y a Sandra, cuando ya se iban dando cuenta de las cosas.

Ya estabas otra vez embarazada, por cuarta vez si contamos el aborto. Y traerías al mundo a Sebas, un «gitanillo» bien parecido a su padre. Y dos años después a Marta, otra niña, como dirían después, «bien salá». Ya eran cuatro.

Te hiciste gitana, te integraste bien en el clan, y empezaste a vivir de Caritas y de los Servicios Sociales.

Tus suegros, tus cuñadas, tus cuñados, el patriarca, todos te acogieron, te integraron como alguien de los suyos y te quisieron. Pese a no ser como ellos y no cumplir con sus costumbres y tradiciones respecto a la pareja, decían que lo tuyo con Mauro era un «arrejuntamiento», y que Dios os sabría perdonar.

Vivías contenta, con ellos, como una más. Hasta ibas a misas evangelistas.

Pero estabas viviendo en una barriada de las consideradas como hipermercados de la droga, hasta que caíste en una redada y entrada registro en la que pillaron droga en el bloque donde vivías. No fuiste a la cárcel de milagro, haciendo otra vez honor a tu nombre. Pronto te eximieron de toda responsabilidad. Tampoco encontraron responsabilidad en Mauro. Pero su hermano Pancho ingresó a los pocos días en prisión.

Por eso te fuiste de allí, con Mauro y con los niños, a una casa que te proporcionaron los Servicios Sociales, vaya.

Pero es que, en medio de todo eso, no sé si aconsejada por alguien de los Servicios Sociales, denunciaste a Roberto por impago de pensiones de alimentos. Sin pararte a pensar que una crisis económica le había dejado sin trabajo y no podía hacer frente a las pensiones por manutención de Alberto y de Sandra. Aparte de que ya estaba indignado en su lucha por la custodia y por no poder ni tan siquiera hablar contigo, se enteró de que el fiscal estaba pidiendo pena de prisión por la cuantía de las pensiones debidas. Esto aún no decía nada, estaba el proceso por seguirse, él expondría su versión y justificaría su situación, y finalmente un juez tendría la última palabra. Tampoco nadie le dijo ni aconsejó que podía pedir una modificación de medidas para bajar la cuantía de esas pensiones de alimentos. Pero esto lo desconcertó y te buscó para liarla buena. Nadie había visto así nunca a Roberto, dañó coches que habían aparcados en la calle, de gente ajena que no tenía culpa de nada, se enfrentó al gitano y lo agredió, y te insultó y te amenazó repetidas veces delante de gente. Gritó y dijo todo tipo de barbaridades sin control. Tal vez no te agrediera físicamente porque Mauro lo impidió. No lo sé. Pero llegó la Policía, y ya estabas otra vez en el juzgado llevando a tu segundo hombre por malos tratos sin haber ido tú expresamente a poner una denuncia, habiendo sido la Policía la que acudía al lugar avisada por alguien.

Y es que tanto David como Roberto, realmente, habían cometido los delitos que se les imputaban, y tú realmente habías sido víctima, de insultos, de amenazas, vejaciones, y quizás de agresión.

Roberto estaba indignado, descompuesto, y su familia destrozada. No era malo, pero había perdido su ser y sus señas, era otro, y su aspecto físico lo demostraba. Alberto y Sandra crecían y no llegaba a tener la custodia, ni tan siquiera compartida, pues, además de los malos tratos y amenazas le cayó la condena de abandono de hogar en la modalidad de impago de pensiones de alimentos a menores.

Más tarde encontraría trabajo, y tendría otra pareja, que lo querría y lo haría feliz, y hasta otro hijo que criaría sin problemas ni pesares.

Tú seguías con Mauro, y parecía no irte mal. Yo pensaba que este sería peor, pero no tenías problemas. El gitano no era malo, ni agresivo, sólo era vago. Trabajaba puntualmente en recogida de cartones y chatarra, y con algunos recados. Pero jamás se sometía a la disciplina de un horario y una obligación diaria.

María y Charo decían que te habías vuelto una «choni», y yo no sabía ni lo que es eso. La tía Amparo no te quería ni ver, disgustada de ver en lo que te habías convertido, y más de una vez sentenció «algún día la matarán». Te hiciste conocida y nombrada. Y quienes se enteraban que eras hermana mía, o de María, o de Charo, no se lo creían. «Si sus hermanos son gente muy normal», decían.

También terminaste con el gitano. No sé por qué. Quizás porque los hombres te duran los que te duran. O porque ya andabas encaprichada de otro. Pues no tardaste en presentarnos a Dioni, apodado «el loco», por algo sería.

Con Mauro nunca tuviste problemas por la custodia, pues los niños los tendrías siempre tú y él no te reclamaría nada, tampoco por el impago de pensiones, pues nunca te pagaría nada y nunca lo denunciarías. Tan solo lo demandarías, sabiendo que no tiene nada, y sólo por cobrar del «fondo de alimentos» al acreditar que no tienes ningún ingreso por este concepto. Firmasteis un convenio por pura formalidad.

Además desapareció, nunca más lo vi ni supe nada de él.

Su madre te echó maldiciones, y dijo que «ansín» su hijo se casaría con una moza y salvaría su honra. La honra que tú le quitaste. Decía.

Te entregaste apasionadamente a Dioni, padre de tres hijos con dos mujeres, con extenso historial delictivo por pequeñas cosas que sumaban condenas suspendidas y juicios pendientes.

Te fuiste con él, y te llevaste a los cuatro hijos. Ya habíais dejado la vivienda social prestada, en la que convivías con Mauro, para ir cada uno por un lado. Y te alojaste con Dioni, de ocupa, en una casa.

Dejabas a Sandra al cuidado de los pequeños, cuando te ibas de marcha y de copas con Dioni, pues Alberto ya se perdía, como tú, a muy corta edad y muy temprana juventud, pero demostraría tener mucha más sensatez que su madre.

Esta vez llegabas más lejos, te metías en peleas influenciada por ese hombre que demostraría ser de actitud hostil y violenta. Te enzarzabas en sus discusiones en su defensa, insultabas como él, hablabas como él y reñías como él.

Te embriagabas, bebías, fumabas, y no sólo tabaco, y te metías algún viajecillo de coca. Te entregabas a tu nuevo hombre, lo besabas con avidez, lo abrazabas con ímpetu, y te estremecías debajo de él. Sin miedos, sin pensar, sin mirar circunstancias, viviendo el momento, algunas veces sin precaución ni ningún pensamiento de prevención, con el resultado de anunciar un nuevo embarazo.

A los primeros choques y mandamientos imperativos de Dioni, Sandra se fue con su padre, con la mujer de este y con su pequeño hermano por parte paterna, así fue como Roberto consiguió la custodia, por fin, y como tú aceptaste un acuerdo muy razonable.

Alberto se emancipó recién cumplidos los dieciocho años, encontró trabajo, y novia. Ya tenías nuera, y de seguir esa precocidad que parecía caracterizar a toda nuestra familia pronto tendrías nietos.

Y tú vivías, de ocupa, con Dioni, con Sebas y Marta, que iban creciendo y madurando de forma prematura, y con el recién nacido, al que pusiste Víctor. Quinto hijo tuyo y cuarto hijo de Dioni.

¿Eh? ¡Ostras!. Has abierto un ojo, ha sido un momento, un segundo, pero lo has abierto, ya te digo, saldrás de esta haciendo honor a tu nombre de forma mucho más triunfante. Dicen que estás muy mal. Pero estás estable. No pueden predecir cómo reaccionarás. Hay que esperar. Tú estás aquí, así, y ese bestia está en la cárcel, otra vez, pero esta vez ha entrado por la puerta grande, y espero que no salga.

Bueno. Como te estaba diciendo. Porque yo creo que me oyes. Nunca has sido capaz de pensar a medio y a largo plazo, ni tan siquiera a corto plazo. Vivías el momento, sobre todo cuando gozabas, y no te importaba nada más.

Dioni era un tipo violento, bastaba solo con verlo y tratarlo un poco, era de los que además se le notaba. Muy colada debías de estar por él para aguantar tanto.

Nos decías que no era malo, que era muy nervioso, y que tenía sus prontos.

Era delgado, de aspecto infantil, jovial, con el pelo siempre peinado hacia atrás y una corta melena que le hacía ondulaciones y rizos. Iba casi siempre en chándal. En su cuello colgaban varios collares exóticos y talismanes. Una cicatriz marcaba parte de su cara, y un tic nervioso y una pequeña parálisis facial le hacían parecer tuerto. Pero te enloquecía.

Era nervioso, en eso tenías razón, muy nervioso, y poco paciente. Con nada se arrebataba, pero algunas veces se controlaba, se echaba las manos a la cabeza, y se dominaba a sí mismo rectificando su conducta. Otras veces rompía algo, o daba algún manotazo, o... le pegaba a alguien.

Andaba liado en trapicheos y en historias, decía que controlaba, pero estaba enganchado a las drogas, por mucho que dijera o lo negara.

Estabais de ocupas, en una casa que nadie reclamaba, con la luz y el agua gratis, no sé si enganchada o pagada por la Administración por ser personas vulnerables y en riesgo de exclusión.

Vestías con ropa donada a Cáritas, sobre todos los pequeños, porque tú andabas siempre muy arreglada y comprabas algún modelito de ocasión. Acudías al banco de alimentos. No dejabas de visitar semanalmente los Servicios Sociales. Pedías dinero, y nos pediste dinero a la familia. María y Charo te dieron, pero Estrella, mi mujer, se puso muy férrea en que dinero no te dábamos, te daríamos comida y productos de primera necesidad, pero dinero no, pues no nos fiábamos de su destino.

Hablando de familia, ayer vino a verte papá, no sé si te darías cuenta. Está muy envejecido, consumido por sus vicios, y aún está con aquella mujer. Sí. No lo hubiera imaginado. Y lloró, lloró mucho. Nunca lo había visto llorar, jamás, ni cuando murió nuestra madre.

Eres su hija predilecta, y cuando lo vemos siempre pregunta lo primero por ti, después se queja de sus dolencias y se lamenta de sus anteriores excesos. Te nombra. La abuela murió nombrándote y lamentándose por ti. También te nombraba mucho, y vivió sus últimos tiempos preocupada por ti. Vaya.

Supe que el panadero, una de las veces de las que fuiste a pedirle que te diera pan de ayer, gratis, si le había sobrado, o si tenía alguna torta o boyo del día anterior que no lo había vendido, te ofreció trabajo. Te dijo que si les ayudabas una hora a limpiar te daba dinero, pusiste la excusa del pequeño, pero al darte más facilidades y decirte que lo podías llevar, dijiste que sí, pero dejaste una temporada de aparecer por allí. También supe que te ofreció trabajo en el despacho antes, cuando estabas con Mauro. Rechazabas los trabajos, como tus parejas, y te empeñabas en vivir de la caridad. Te habías salido de una sociedad en la que no te querías volver a integrar, vivías el día a día sin pensar en un mañana, disfrutabas los momentos y los placeres, aunque luego te trajeran disgustos y lamentos, y caminabas hacia el abismo.

Dioni estaba cada dos por tres detenido y llevado a disposición judicial, por peleas, por delitos de lesiones, por insultos, por amenazas, por pequeñas denuncias de hurto de las que no se podían probar y eran archivadas, por implicación en trapicheos con otros que no estaban nada claros, y por denuncias de su ex, a la que seguía insultando y amenazando. Vamos, que la Policía lo tenía enfilado y no le quitaba ojo, y andaba tras él por asuntos de drogas.

Pero Dioni no era traficante, ni camello, aunque en algunas ocasiones actuara como tal, más bien era consumidor.

Lo que no hacía de ninguna manera era ponerse a trabajar, meterse en una fábrica, cumplir un horario y ganar un sueldo para mantener a sus hijos.

Alberto, antes de irse con la novia, comía muchas veces en casa de María, parecía no llevarse muy bien con su padre. Sandra estaba encantada de estar con su padre y la familia de este, contenta con su hermano pequeño por parte de padre, y yéndose a ver a su madre de vez en cuando. Sebas y Marta crecían, acentuándose su mestizaje gitano. Sebas plantaba cara a Dioni, y este al final lo abrazaba y le pedía perdón, se sentía en cierto modo protector de su madre y cuando aquel se ponía agresivo el menor lo paraba, y lo hacía recapacitar. Pero Marta le tomó miedo, y alguna vez se tomó la libertad de castigarla. Así que comenzó a refugiarse, primero en casa de la tía, y después en casa de María, hasta que esta la acogió y la dejó vivir allí con sus primas. No lo dudó, su decisión fue firme y contundente, con la aprobación de su marido. Tú no te opusiste, tenías cara de resignación, y se te adivinaba el sufrimiento. El pequeño estaba hecho una monería, y a veces era quien apagaba los humos de Dioni, su padre.

Pero seguías con él, defendiendo y justificando sus agresiones y sus peleas con otras personas, diciendo que no era malo y que lo liaban. Y seguías esperándolo a la puerta de la comisaría y de los juzgados.

Tampoco te callabas, sus discusiones con él cada vez eran más frecuentes y más fuertes, pero las reconciliaciones eran igual de frecuentes y de fuertes. Sé que te agredió más veces, pese a que lo negabas, decías que tenía problemas, que lo pasaba mal y que se ponía nervioso.

Una vez le dijiste a María que el moratón y el derrame de la cara te lo hiciste con una puerta que estaba medio rota y te dio de lleno por la presión de un muelle. No se lo creía, sabía que habías tenido discusiones, y veía la evidencia de que te había agredido.

Decías que no podías dejar a Dioni, porque lo querías y porque lo necesitabas.

Pero un día Dioni se enteró que se te escapó contarle a Charo que se había gastado mas de mil euros en droga y que tenía un serio problema de adicción, no sé cómo, y te dio una proverbial paliza.

Pero seguías enganchada a él, parecía tener algo inmaterial que te atraía y te absorbía. Tenía problemas con la justicia, pues seguían sumándosele procedimientos por muchos motivos, de los cuales la mayoría eran delitos que no se podían probar y que terminarían en el archivo. Estaba implicado en un montón de atestados policiales, de una forma u otra todo le terminaba salpicando. Y él decía que la Policía la tenía tomada con él y lo tenía enfilado, y que iban a por él aunque no hiciera nada, que de muchas cosas nada podían probar, y que sería él quien denunciaría a algunos policías.

También tenía problemas con su ex, no veía prácticamente nada a sus hijos, y aquella seguía reclamándole las manutenciones que no podía pagar y denunciándole por impago de pensiones de alimentos. Él creía defenderse gritándole, insultándola y amenazándola, y lo que hacía era sumar más denuncias por estos otros delitos. Además probados, acreditados y con testigos.

Le daba el bajón y se te abrazaba llorando, como un niño, pasando de su chulería y su bravura a sentirse débil y vulnerable, de sentirse fuerte a sentirse impotente. No se encontraba a sí mismo. Y tú tampoco.

Hasta que un día en el que lo detuvieron una vez más no salió en libertad del juzgado, como tantas veces, si no que ingresó en prisión, consecuencia de la cantidad de condenas suspendidas, de juicios ante el Juzgado de lo Penal a los que no se presentó, y de requisitorias que circulaban en su busca.

Lloraste mucho. No sentías alivio, sentías deseo de que volviera, de poderlo abrazar y besar, y de poderte acostar con él.

Ibas todas las semanas a verlo al centro penitenciario, una vez me hiciste llevarte, no te lo podía negar, soy tu hermano, y los hermanos estamos para apoyarnos y hacernos favores para cuando nos necesitamos. Cuando te dije esto me pediste dinero para la fianza, y eso sí que te lo negué, entonces te pusiste borde conmigo. Y te dije que no hay persona más ciega que la que no quiere ver.

La tía decía que cuando tus hijos sean mayores no te querrán y te verás sola, igual que había pasado con tu padre, porque los dos sois así de egoístas y sólo os queréis a vosotros mismos, y tampoco, decía rectificando, pues si os quisierais a vosotros mismos os cuidaríais y no caminaríais hacia la perdición.

Salió del trullo, después me enteré que fue Charo quien te prestó el dinero para la fianza. Hay que ver, cuánto le debiste de rogar y suplicar.

Dioni parecía un niño, pasaba las mañanas sentado en el sofá, jugando con la consola de videojuegos, acudía a los recados y a la escasa compra, hasta que volvió su vena machista, pero de ese machismo terrible, de ese machismo que mata, y esa

actitud pareció apoderarse de él hasta el final.

Ya no ocultaba sus adicciones, y tú te desvivías porque estuviera bien y no se cabreara. Pero se cabreaba. Entonces tú tampoco te callabas, y le reprochabas. Discutíais. Él se exaltaba y tú también. Él te insultaba, y tú también a él, en respuesta. Y el resultado era que a veces te terminaba dando una tanda de bofetadas. Aunque tú también le dieras alguna, pero su fuerza era multiplicada. Otras veces la discusión terminaba en pasión, terminabais en un largo beso y en un arrebato o un calentón, vaciando toda su exaltación y todos sus nervios dentro de ti, quedando los dos exhaustos. Me enteré, alguien me lo contó.

También se apoderaron de él los celos enfermizos y obsesivos que tú reprimías dándole un beso y excitándolo, para acabar como acababais. Pero poco a poco las discusiones iban mermando esa pasión. Cuando te veía hablar con alguien te preguntaba que quien era y le tenías que dar todas las explicaciones. Una vez te vio con una amiga, y tampoco tan amiga, una que conocías por la escuela de alguno de los niños, te vio fumando en la calle, riendo con ella, y bromeando con dos hombres que pasaban. Entonces te dijo que «eres una zorra», «que zorreas con todo el mundo», «que coqueteas con todos», «que ya te estabas cansando de él y querías follar con otros»... No me preguntes cómo, pero me he enterado de todo. Tú le replicabas, y cómo siempre, la consecuencia era o una tanda de bofetadas o un arrebato de pasión.

Pero seguían los problemas, seguían implicando a Dioni en atestados policiales y en procesos judiciales. Lo involucraron en un robo de cobre, y en una trama que traficaba con pájaros de competición robados. Él decía que cómo iba a ser verdad, que cómo iba a hacer él eso. Que qué barbaridad. Que los polis y los guardias civiles lo tenían enfilado y le achacaban a él todo. Pero que eso era mentira y que él no tenía nada que ver. Pero yo creo que necesitaba pelas para sus vicios y había de sacarlas como fuera. No sé si sería cierto todo eso, que estuviera implicado en lo del cobre o en lo de los pájaros, digo, pero me enteré de que transportaba droga, y que de cada viaje salía muy bien parado. Aunque luego fundiera lo ganado.

Creo que fue por eso, porque tú te enteraste, por lo que has terminado así. Pues lo pillaste muy puesto y eufórico, y para más inri un amigo le había dicho que creía que lo podían haber descubierto, que no hiciera el próximo viaje o lo pillarían e iría derecho al talego por mucho tiempo y sin opción de salir a corto o medio plazo. Esto le alteró. Y lo que tú le dijiste lo alteró más. Iba muy puesto, y también bebido. Ahí parece ser que le dijiste que estabas harta y que si seguía así tendrías que dejarlo, él te dijo que te habías hartado de él porque ya estabas con otro, y tú le dijiste que no, que eso era por sus conductas cada vez más insoportables, y por sus adicciones, cada vez más insostenibles. Te insultó y te llamó «puta» y «zorra», repetidas veces. Tú le dijiste borracho y drogadicto, y te pegó. Le dijiste vicioso y putero, y te volvió a pegar. Y le dijiste «chulo de mierda» y te siguió pegando. Ya sé que estaba muy puesto y exaltado. Por eso te siguió pegando hasta que no te podías defender, pusiste las manos, gritaste, rogaste, y el siguió poseído por su «diosa coca», sin medir, sin pensar, arrebatado, nervioso, colérico... Hasta que perdiste el conocimiento, y te siguió pegando, incluso patadas en la cabeza estando ya en el suelo inconsciente.

No reaccionó y salió de su trance hasta que escuchó el llanto del pequeño, que se había despertado. Entonces vio a Sebas, que estaba en un rincón, asustado, en cuclillas, y grabando todo con el video del teléfono móvil. Esta vez no se puso delante, pues la fuerza y la exaltación de aquel le asustó, y temía que a él también le pegara igual, pero aguantó para grabar y atinó a llamar a Charo.

Él no se enteró de lo que estaba haciendo el niño, ni tan siquiera se percató de su presencia, ni se dio cuenta cuando se acercó para mediar y ponerse delante como otras veces y salió corriendo asustado de la fuerza de su padrastro y de su actitud violenta con la que tenía dominada a su madre sin defensa posible.

Alberto estaba con su novia, Sandra estaba con su padre y Marta estaba con María. Este chaval, gitanillo astuto, parecía saber esto y preverlo, y estuvo contigo hasta el final. Que coraje. Ole sus... Y con lo pequeño que es. No te pudo defender esta vez, pero hizo lo que pudo, que no fue poco.

Cuando miró a Sebas y descubrió que estaba grabando, salió derecho a él, pero el pequeño se escurrió y consiguió abrir la puerta de la calle y salir corriendo.

Quedó desolado, dándose cuenta de cómo te había dejado, enloquecido con el llanto del pequeño y echándose las manos a la cabeza. Cuando muy pronto llegó Charo, que quedó en el umbral de la puerta y se apartó para dejar pasar a la Policía, que ya estaba allí. También vino en seguida la ambulancia.

Ahora dice Charo que se arrepiente de haberte dejado el dinero para la finanza y de haberse dejado convencer por tus llantos y lamentos, pero repite una y otra vez que no sabía que este chico era así de violento. Y es que se educó en un clima de violencia y hostilidad desde pequeño, oyendo gritar a su padre por menos de nada, viendo a sus padres borrachos cada dos por tres, y oyendo palabras de lo más vulgares y soeces desde siempre.

No entró en la cárcel por transportar droga, entró por esto, a lo que se sumarán algunas condenas de juicios que tiene pendientes de los que no saldrá absuelto.

Y así estás aquí, cuántas veces lo dijo la tía, o lo comentamos yo y mujer, o tus hermanas. Dijimos que terminarías muerta.

Pensamos, nos reprochamos, nos cuestionamos si somos o no culpables, pero es que contigo nadie ha podido, has salido así. Por mucho que nosotros intentáramos que no fuera así tú no querías una vida convencional, en realidad solo has querido... Hombres. Pero así de machos y de fuertes. Perdona que llore así. Ahora me estoy acordando otra vez de cuando eras pequeña.

Te saliste de la sociedad y no quisiste volver. Te desintegraste y no que quisiste volver a integrar. Te excluiste. Con Vicente, o con Roberto, hubieras tenido una vida normal y convencional, pero no, la infidelidad daba fin a una relación e iniciaba otra, y así seguiste, dejándote llevar por tus instintos, sin pensar, sin planificar, sin precaver, hasta llegar a donde has llegado. Pero... ¿Es que podíamos contigo? ¿Es que podía alguien contigo?

Pero no morirás, harás una vez más honor a tu nombre, naciste de milagro, y vivirás de milagro. Te quedan muchas vidas. Ya lo verás, y lo veremos.

Me he enterado que has perdido otro hijo que esperabas, no sabía que estabas nuevamente embarazada, nadie lo sabía, yo creo que no lo sabía ni Dioni. De poco más de un mes, dicen. Pero hay que joderse, cómo te ha pegado ese animal, y cómo te ha dejado. Las lesiones son graves, sobre todo las de la cabeza. Pero saldrás. Sé que me estás escuchando y entendiendo.

«...¿Eh? Sí, ya me voy»

La enfermera me está echando, me tengo que ir. Mañana vuelvo.

Abril 2020.

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