UNA VIDA CORTA

09.03.2020

UNA VIDA CORTA

Vivió muy acelerado, y acelerado murió.

La última, vez que lo ví estaba eufórico, contento, la suerte le sonreía. Podía tener mucha vida por delante, pero toda se que­dó allí, en la carretera, en el mismo casco urbano, y de una forma absurda e inexplicable.

Parecía presentirlo, y durante los últimos años quiso vivir deprisa, muy deprisa, y vivió acelerado,

En varias ocasiones me dijo que la vida es corta, y que hay que vivirla intensamente. Quiso vivir deprisa, y deprisa murió. En una de aquellas ocasiones le contradije y le comenté que la vida podía ser muy larga, y me contestó con ironía. Me dijo que la vida son cuatro días y que hay que aprovecharla, vivirla deprisa; y le contesté que no eran cuatro días, que yo ya llevaba mucho mas de mil días viviendo, y que podía vivir otros mil y volver a doblar; y que viviendo tan deprisa la vida no se aprecia; pero no lo enten­dió, y siguió riéndose de todo.

Vivía el día, y solo pensaba en disfrutarlo. Jamás pensaba en el futuro, ni en el pasado, sólo en el presente. Solo pensaba en el momento, buscaba divertirse, deseando que todo se pasara cuanto antes.

Jamás tenía miedo y nunca pensaba en las consecuencias que podía traer lo que m el determinado momento hacía. ¿Qué importan­cia tenía para él su frágil turismo a doscientos en una autovía, acelerar con la moto, o dar saltos y hacer "zig-zags" por divertirse? Le gustaba la emoción. Recuerdo aquel descampado donde los domin­gos solía ir a hacer trompos con. el coche, le encantaba; y aquel lugar donde mucho antes iba a hacer el cabra, como él decía, con la moto; ¡que loco esta!, comentábamos innumerables veces los que le conocíamos-

Recuerdo aquella vez que me trajo de Valencia, cómo subió la aguja, y como reía de mis reprimendas y de mi miedo. Después de aquella velocidad mas que excesiva e imprudente, después de esos adelantamientos casi suicidas, después de aquel mal viaje, le dije que habíamos ido vendidos, y riéndose me contestó que él conducía muy bien y que estaba todo controlado, que si no hubiera tenido esa seguridad no lo hubiera hecho, y que era una debilidad suya, "se picaba". Pero ya no volví a viajar más con él, al igual que dejé de hacer muchas cosas con él, éramos demasiado opuestos.

Su novia le reprendió muchas veces por todo esto, y por mucho más. Fuertes, muy fuertes discusiones tuvieron, pero jamás se deja­ban de amar.

Él era así, y nada en el mundo lo podía cambiar.

Nada le preocupaba, a nada le daba importancia.

¿Qué importancia tenía para al emborracharse hasta caerse al suelo, o lanzarse un viaje de marihuana cuando se le presentaba la ocasión? Todo le daba igual.

-La vida es corta. -Decía. -Hay que aprovecharla, vivirla aprisa.

Tan aprisa que se consumía a sí mismo vorazmente, como un ciga­rrillo del que se aspira con tanta fuerza que no se le encuentra sa­bor.

Buscaba que todo llegara cuanto antes, sin pensar que así todo acababa cuanto antes.

Si eran las cuatro deseaba que llegaran las ocho, si era por la mañana deseaba que fuera por la tarde, y si era por la tarde deseaba que fuera por la noche, y al llegar la noche deseaba quo es­ta se pasara cuanto antes.

Hacía todo deprisa y atribulado; trabajaba deprisa, comía depri­sa, bebía deprisa, hablaba deprisa, vivía deprisa; tan deprisa como se fumaba los cigarros y los petas, tan deprisa corno se metía las rayas, como se bebía los vasos de tubo o cono consumía los paquetes de tabaco.

Su novia le reñía por su impaciencia, por su crispación, por­que no aguantaba ninguna compostura y enseguida se desesperaba. Era un tipo demasiado colérico y extremista en ciertas cosas, ner­vioso por naturaleza y demasiado hablador, con el que era muy fácil chocar. Los amigos muchas veces le seguíamos la corriente y le dá­bamos la razón por no discutir, guardando distancias si era preciso. Pero con la novia, con la intimidad y confianza de pareja, eran mu­chos los choques y las discusiones. Pero jamás rompían, ella lo quería demasiado, había algo en él que la debía de volver loca. Era una chica con demasiada paciencia y comprensión, muy flexible al carácter opuesto, "una de las suertes que le ofrecía la vida y que a menudo tentaba y ponía en peligro.

-Te equivocas.- Le dije una ven haciéndole la contra. -La vi­da muy ser muy larga, tan larga que cueste mucho verle el fin, despacio ... - Pero no me dejó seguir, enseguida me interrumpió exaltado y cargado de razón, midiéndose su velocidad, esta vez, en palabras por minuto. Y, como otras veces, callé por no hacerle mas la contra y no alargar una discusión con él, ya discutía bas­tante con su novia.

La vida es larga, digo ahora que ya no está, tanto mas larga cuando más lentamente se viva y más afondo se disfrute. La vida es larga en la cumbre de una montaña, admirando un paisaje y entendi­endo su significado; tumbado cara al cielo mirando las nubes y los pájaros, contemplando un millón de estrellas que jamás se han movi­do de su sitio, viendo estrellas fugaces, satélites de comunicaciones y aviones cuyos ocupantes tal vez tengan demasiada prisa; pa­seando, leyendo, pensando y reflexionando.

Ninguno estarnos exentos a la muerte, ni inmunes a enfermeda­des ni accidentes. La muerte nos puede llegar a cualquiera en cual­quier momento, pero la vida puede ser muy larga.

La vida puede ser muy larga no arriesgándola ni poniéndola en peligro, la vida puede ser muy larga no excediéndose en nada, la vida puede ser muy larga no arruinando la salud, la vida puede ser muy larga no consumiéndola tan deprisa.

Muchos lloramos su muerte, pues, pese a todo, tenía buen corazón, no tenía malicia , daba todo cuanto teñía a cambio de nada, ayudaba desinteresado, y era digno de estima. Pero se reía de todo, y se tomaba la vida a cachondeo.

La vida puede ser muy larga, se lo dije en vida y se lo dije, asimismo, en su misma sepultura, y él, desde allí, desde donde es­tuviera, estoy seguro de que me escucharía, y tal vez seguiría riendo.


Este relato, escrito en 1998, fue publicado en el libro "MUCHO MÁS QUE UN SUEÑO", de  Juan Gil Palao. 

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